Desde el pasado miércoles comenzó la angustia. El anuncio de nuevas medidas para combatir la tercera ola de COVID en Guatemala, les puso inquietos y expectantes. Dos días después, la pregunta que todos se hacían era: “¿Ya habló? Llegaron las 20 horas de ese viernes y en las pantallas de los bares y restaurantes, comenzaba la cadena nacional. Fue la frase: “Al tercer trago ya todos son abrazos y se quitan la mascarilla”, de Alejandro Giammattei, la que los sentenció.
Hacer tres años se le podía ver vendiendo pizzas en las procesiones. Por la noche volvía a la casa que compartió con el padre de sus tres hijos, y ahora lo hacia con las nuevas concubinas de ese “macho”. La venta de triángulos horneados no daba lo suficiente para salir de ese lugar, pero fue un golpe de suerte el que la llevo a limpiar retretes.
Una amiga me dijo que había un trabajo limpiando baños de 5 de la tarde a 2 de la mañana, y los Q150 diarios eran una oportunidad. “Me fue bien, con el dinero, pero el trato que me daba el encargado era humillante”. En ocasiones este capataz le obligaba a limpiar los baños de rodillas, pero “la necesidad era más grande que el orgullo”.
“Hubo entre veces que no tenia dinero para la leche de mi hijo chiquito y eso es los más duro que una mamá puede ver”, Mirna Díaz.
Por iniciativa comenzó a limpiar mesas en sus ratos libres y su actitud no paso desapercibida por los dueños. Y de la madrugada a la tarde, paso del baño a colaborar limpiando mesas. Mirna Díaz lo hizo todo para salir adelante y finalmente unos meses después la gran oportunidad de dejar la cueva de la bigamia. La treintañera se había ganado el puesto de mesera, los beneficios económicos que este trae y su salida de aquella incomoda situación de casa.
“Ganaba unos Q7 mil mensuales y con eso agarré a mis hijos y me fui a vivir sola” Mirna Díaz.
Eran buenos tiempos, esos donde los Q7 mil alcanzaban para cubrir los gastos y no pasar hambre. Incluso el pago de Q30 diarios, para la persona que cuida a sus niños, no eran problema. El pago de pasaje desde Chinautla a la capital, Q30 diarios también estaba cubierto, mientras el “macho” negaba sus responsabilidades.
Pero la bonanza no duró, los días de propinas semanales de Q900 quedaron lejos. La llegada de COVID trastoco las finanzas de Mirna y la obligó a cambiarse de casa y apretar el cincho. De tener una plaza fija, paso a ser contratada como “extra” (empleados que laboran por día y se les paga por hora de trabajo). Sin clientes, sin propinas y con una situación laboral inestable el miedo la invadió.
Siete meses después, las cosas comenzaron a cambiar. Septiembre trajo nuevos brillos y la esperanza de normalizar sus ingresos. Pero ese aliento se ahogó el viernes pasado. Mientras hablaba el “Señor presidente”, y omitía la responsabilidad del gobierno en el proceso de vacunación, la culpa recayó en los “tragos”. “El consumo de alcohol tiene que ver con el aumento de casos del coronavirus”, dijo en la conferencia de prensa. Pero la visión de Mirna era otra, “tiene más que ver con la ineficiencia del gobierno para conseguir vacunas”, asegura.
En el chat de “Eventos”, los mensajes de angustia y pedidos de ayuda comenzaron a entrar. Pedidos de turnos y oportunidades de trabajo inundaron su móvil, así como también la inquietud por lo que acababa de decir el presidente. “Ay mami ya vistes las disposiciones… que pusieron… Creo que van a reducir personal”, timbraban en su aparato.
No muy lejos del lugar de trabajo de Mirna, la situación no era diferente. En el sótano del edificio, 12 trabajadores, entre meseros, cocineros y encargados de limpieza bajaron los hombros. Ernesto Rojas, capitán de meseros, quien vive en Sumpango sintió como el dinero se le iba de la bolsa.
De Q3 mil mensuales, sus honorarios bajarían a unos Q1 mil 500, con suerte. Pues con un horario que concluye a las 6 de la tarde y sin las propinas, la cosa no pintaría bien. Esa misma noche el aviso de la gerencia fue claro, los que están por contrato ahora pasaran a ser extras. Con un salario por hora de Q11.50, menos los descuentos de ley, el ingreso sería de unos Q9.50 y con la restricción de horario de las propinas ni hablar. Desde el viernes, “Neto” comenzó a pagar un cuarto en la zona 1, junto a otros cuatro meseros. Pues según estos con la baja en los ingresos y la perdida de las propinas es mejor quedarse cerca de “el chance” por si sale alguna extra de evento.
“Ya no voy a poder ir a mi casa a ver a mi familia, porque con el poco dinero que me queda tengo que pagar cuarto para quedarme en la capital y no alcanza para el transporte”, Ernesto Rojas.
A dos días de cumplirse una semana del anuncio del presidente, los meseros se la están viendo negra. Para Mirna la desilusión fue el primer golpe, luego vino la angustia de no saber cuanto tiempo seguirá abierto el negocio donde atiende. Ernesto, en cambio, no enviará suficiente dinero a su familia y ha recortado a dos sus tiempos de comida.
Las ventas han caído, la necesidad ha hecho que algunos ofrezcan sus servicios hasta por Q50 diarios. Pero con días de venta cero, es cuestión de tiempo antes de que esos tres tragos sean la diferencia entre la pobreza y la miseria.