Los bultos estaban listos desde finales de noviembre. Artesanías, camas, refrigeradoras y costales esperaban a los fleteros, pero la noticia no llegaba. Desde Palencia hasta San Juan Comalapa todos esperaban, hasta que se llegó el día.
Este año, el mercadillo navideño comenzó con un retraso, semana y media, que para los vendedores se traduce en pérdidas. “No comenzamos en la última quincena de noviembre, sino hasta el martes en la madrugada, pero peor es nada”, asegura Juana Chot.
Algunos querían culpar al Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS), a la División de Protección a la Naturaleza (DIPRONA) por el atraso. Pero la verdad es que la culpa la tenían los mismos vendedores, así es, los marchantes del mercadillo. Esos que el año pasado se negaron a abandonar el campo, que el IGSS les alquiló para montar el tradicional centro de ventas.
Eulalio Ardón, quien lleva más de 32 años de atender a la cita de fin de año, comenzó cuando la venta se colocaba en el arriate central de El Trébol. Allí la primera quincena de noviembre comenzaba la repartición de espacios.
“Llegábamos y teníamos que ver con el comité el lugar que nos iban a dar, y podíamos estar hasta enero”, recuerda Ardón. Con el incremento del parque vehicular y el congestionamiento que las ventas ocasionaban, la Muni tomó la decisión de trasladarlas. Cuales judíos errantes fueron de un lugar a otro, antes de quedar en el lugar que hoy arrendan a la seguridad social. Primero fue El Trébol, luego los campos contiguos al Hospital Roosevelt y finalmente a la propiedad del IGSS, donde hasta el lunes pudieron ingresar los fleteros con sus productos. Conscientes de que no fue por perjudicarles, sino más bien una forma de hacerles ver que “la palabra es la palabra”, y que lo acordado se debe cumplir, fue hasta la madrugada del martes que pudieron partir hacia la capital.
“La verdad es que no nos querían dar el espacio, como el año pasado no se querían ir en la fecha que les dieron de salida, pues no lo querían dar”, Eulalio Ardón.
De a poco, en un lote baldío y como sacadas del sombrero de un mago, las champas van dándole forma al mercado de Navidad que más años tiene de funcionar en la capital. Hoyos, vigas, láminas, nylons y tablones se alzan mientras las temperaturas bajan y la esperanza de los artesanos crece. Una buena venta puede ayudar a muchos para sufragar los gastos que la agricultura no logra cubrir en sus terruños.
De a poco y con la fe puesta en Dios, familias enteras se trasladaron a la capital. Y con ellos traen el olor a manzanilla, barro, aserrín y hasta improvisados juegos de feria que invaden la urbe.