Un martes por la mañana, Paola salió de su casa cerca de Santa Lucía Milpas Altas, para asistir a la universidad, sin saber que su día cambiaría en cuestión de horas.
El bus que siempre ha abordado se estaciona en Peri-Roosevelt, en donde Paola cambia de ruta para llegar a su universidad. Pero, inesperadamente ese día no encontró buses, lo cual le pareció extraño, lo único que había eran taxis colectivos y microbuses.
Mientras esperaba ella y una chica que se dirigían al mismo lugar, un taxista se les acercó para ofrecerles el servicio, por lo que lo abordaron. Una se subió en la parte trasera y Paola desconfiada no quiso subirse, cuando vio que pasó el bus que estaba esperando, pero no tuvo tiempo de reaccionar, ya que con un empujón la subieron al carro. Aturdida, en un instante ya estaba como copiloto.
“El conductor nos decía que iba a dirigirse por varias rutas para llegar más rápido, así que no sospechamos, hasta que vimos que el camino que tomó no era para la universidad”, cuenta
El conductor les avisaba a cada minuto: “Ya vamos a llegar, ya vamos a llegar”, pero se mantenía con el teléfono en la mano, ya que recibía llamadas a cada momento y él les respondía por dónde iba. Paola sabía que no se trataba de una situación normal y que estaba secuestrada. ¡Estaba en lo correcto! El hombre cerró las puertas y ventanas con llave y les habló con tono amenazante.
Paola cuenta que el taxista estacionó su carro, llamó y dijo: “Ya estoy aquí, ¿dónde están? Ah, ya los vi”, sabía que empezaría lo peor, el conductor les pidió sus mochilas y las amenazó diciéndoles de que si hablaban sufrirían.
“Quise ver dónde estábamos, ve volteé y el piloto me golpeó, dijo que mirara para abajo. A la chica de atrás no sé qué le hicieron, pero solo escuchaba sus gritos desgarradores y que se negaba a todo lo que le querían hacer”, relata.
“Espérate, espérate” era lo que decía el conductor ya que a pocos metros pasaban patrullas. Paola sabía que si intentaba hacer algo no sobreviviría.
“Mientras estábamos esperando, me revisó la mochila, después me desabrochó la blusa y me tocó. Fue horrible no poder defenderme”, expresa.
El conductor recibió una llamada en la que platicó con sus cómplices y les expresó: “No muchá, estas no”. En ese momento, les dio la orden a Paola y a la otra chica para bajarse del carro y que tenían 30 segundos para escapar si no las asesinaban a balazos. También, les comentó a sus cómplices cómo iban vestidas y que si decían algo o gritaban en la calle, las matarían.
“Mientras caminaba por la calle no sabía qué hacer, no tenía dinero, ni conocía la capital. Lo único que pensaba era cómo salir de allí junto a la chica, quien sí conocía, pero estaba muy alterada y debí tranquilizarla”, comenta Paola.
El carro en donde estuvieron secuestradas dio vueltas cerca de ellas, así que decidieron esconderse en una tienda para pedir ayuda y saber cómo podían llegar a la universidad donde ambas estudiaban. Con Q3 que el tendero les dio, lograron llegar a la parada del Transmetro más cercana y pudieron salir del lugar.
“Sentí mucho miedo, he estado yendo a terapias al psicólogo ya que aún me dan miedo muchas situaciones, no sé cómo pude salir de allí viva, pero solo sé que gracias a Dios, aquí estoy”, finaliza.