El año de la pandemia fue uno de los peores para Guisela. No fue el miedo al contagio o el riesgo de que sus padres y abuelos pudiesen enfermar, fue el encierro con su victimario. Lo que ocurría una vez por mes, se convirtió en algo recurrente, hasta dos veces por semana. Quedarse sola con su tío Edgardo, mientras sus padres salían a trabajar el campo, era la peor pesadilla.
Sobre cuándo comenzó, sus recuerdos la llevan a los siete años. Una tarde en Cobán, el hermano de su papá puso su mano dentro de su ropa interior y le advirtió sobre las consecuencias de contar lo sucedido, fue que todo cambio. Los años pasaron y las inapropiadas caricias se convirtieron en relaciones sexuales violentas, las amenazas de muerte y daño para sus padres si hablaba algo de lo que sucedía cuando estaban solos.
Con la llegada del 2020, los encuentros se volvieron más frecuentes. “Él les decía que se iba a quedar cuidándome y allí pasaba”. Hasta dos veces por semana, Edgardo aprovechaba la ausencia de los padres de Guisela para violentarla. Pero en el nuevo año y ya con doce cumplidos, la niña decidió que no lo haría más y le contó a su mamá lo que él le hacia.
“Al principio no le creí, mi cuñado no podía haber hecho algo así”, asegura Georgina, la madre de Guisela. Pero luego de llevar a la niña a una evaluación, todo indicaba que su historia era cierta. “Nos dijeron que ya no era niña, que algo estaba sucediendo y que teníamos que ir al MP a denunciar”, recuerda.
“Los niños no mienten sobre temas de abuso sexual, ellos no entienden que es lo que les ha pasado y es responsabilidad de los padres poner atención cuando un hijo les dice que algo está sucediendo”, Ana María Andreu, psicóloga clínica
Para Leonel Dubón, de Refugio de la Niñez, casos como el de Guisela son preocupantes y se sabe cada vez más que están sucediendo. Pero también hay un fenómeno que se registra con mayor frecuencia y es el de lideres religiosos y educadores que abusan sexualmente de niños en esa área. “Estamos viendo que cada vez más surgen denuncias en contra de lideres religiosos (de todas las ramas) y maestros que violentan a niños”, asegura.
Aunque según los especialistas el 90 por ciento de los agresores está en casa y es un familiar cercano, en la mayoría de los casos es el padre asegura Andreu, en las verapaces se conoce de otro tipo de agresor. El fenómeno de abuso sexual ha cobrado otras dimensiones y cada vez más salen a la luz y se sabe de maestros y líderes religiosos que cometen estos delitos, sostiene Dubón.
“Ahora los niños están hablando más, ya no se quedan callados o esperan a que las cosas se descubran, ellos mismo son quienes advierten a sus padres sobre estas situaciones”, Leonel Dubón.
Y es este “hablar más”, el que en años recientes ha develado como la Alta Verapaz se ha convertido en el epicentro de denuncias por abuso sexual en contra de maestros. De acuerdo con Dubón, uno de los logros más importantes para su organización y el bienestar de los niños, fue la condena de un maestro en Cobán. “Fue el caso de una niña de 4 años, a la que su maestro la violaba en la letrina de la escuela, la penetró vaginal y analmente”, recuerda Dubón.
Hoy en la Alta Verapaz, existen 29 procesos penales abiertos en contra de maestros y líderes religiosos por abusos contra menores de edad. Y aunque estos toman de uno a cuatro años en ser resueltos, la justicia llega de a poco a la tierra del ave nacional. “Sobre el caso de los niños de las verapaces hay esperanza”, asegura Dubón.
En este momento organizaciones como Refugio de la Niñez, se han constituido como querellantes adhesivos en las denuncias presentadas por al menos una veintena de niños violentados. “Esto es bueno pues el Ministerio Público es más cuidadoso en casos donde organizaciones apoyan a las victimas y esto hace la diferencia en los procesos legales”, asegura Dubón.
“En casos donde no hay un acompañamiento por parte de organizaciones, es muy difícil que los procesos caminen”, Leonel Dubón.
Sobre las acciones que el Ministerio de Educación toma cuando se denuncia un acto de abuso sexual, por parte de un maestro, Dubón asegura que son inexistentes. El propio MINEDUC no obliga a las autoridades escolares a denunciar a los maestros, lejos de eso solo los cambia de lugar de trabajo. “Tenemos el caso de un maestro que violó a una niña en Alta Verapaz y lo único que hicieron fue trasladarlo a Baja Verapaz, donde volvió a violar a otra niña”, sostiene.
Para la psicóloga Ana María Andreu la lucha contra el abuso de menores ha avanzado con la implementación, en 2018, del Registro Nacional de Agresores Sexuales (RENAS). “Fue un paso importante para el combate a la violencia sexual contra los niños”, asegura. Pero este registro, que tiene como objetivo incluir a personas que han sido condenadas por delitos sexuales, no es del todo efectivo. “Mientras alguien no sea condenado los nombres no figuran en el listado y pueden seguir afuera y son un peligro para los menores”, sostiene.
Leonel Dubón, también asegura que el RENAS es una herramienta importante, pero lo lento de los procesos legales deja expuestos a muchos niños mientras un abusador ingresa en este listado. “Es bueno, pero el sistema de justicia es tan lento que hay chance de que un agresor vuelva a violentar a un menor mientras se ventila su proceso judicial”, afirma.
Y aunque la semana pasada comenzó el debate público en contra de un maestro que abuso sexualmente de una menor en la Alta Verapaz, una seguidilla de casos podría llegar a juicio este mes. Mientras que en todo el mundo se estima que uno de cada tres niños es abusado, dos maestros de las verapaces tendrán su día ante la justicia, una que en Guatemala llega tarde o a veces nunca llega.