Desde la terraza del nivel 18 pareciera que en Guatemala no hay restricciones, no hay cierre de negocios, que el virus y las reglas solo aplican a los comerciantes a nivel del suelo. Mientras cientos de locales aprovechan las pocas horas de venta para pagar sus cuentas, en VENTO la noche es larga y la fiesta no termina hasta antes de que salga el sol. Competencia desleal, desobediencia o simplemente la seguridad que da el estar en lo más alto de la ciudad.
El edificio de oficinas se ha convertido en un centro de entretenimiento nocturno. Pasadas las 8 de la noche, la hoja de ingresos comienza a llenarse con la lista de asistentes. “Nombre, Nivel al que va, quien autoriza la entrada y hora de ingreso”, se detallan en el reporte de los agentes de seguridad. Al llegar al 18º nivel, la entrada a una oficina que pareciera un “CoWorking”, da acceso a una terraza donde las luces de neón y la música de reggueton dan la bienvenida a los fiesteros.
Llegadas las 8:30 abajo, al nivel de la calle, Martín anuncia que la última ronda de tragos se ha servido. Desde el fondo de la barra, el empresario se prepara para el cierre. Él teme, más que a nada, la llega de la auto patrulla que de encontrarle vendiendo licor podría costarle una multa de hasta Q100 mil y la cancelación del negocio. Y no es para menos, la barra del negocio de Martín es visible desde la misma calle que lleva al Hotel Camino Real, por lo que debe quedar a oscuras antes de las 9.
Dieciocho pisos por encima del negocio de Martín, la noche se pinta de otro color. Neón, licor y fiesta, mientras uno a uno llegan los “invitados” a VENTO. El improvisado local de oficinas ha sido equipado con congeladores, rótulos de bebidas, equipos de sonido, amplios baños y una barra donde tres bar “tenders” colocan pequeños fuegos artificiales a las botellas que se venden.
Pero los asistentes de la fiesta en las alturas, donde el código de vestimenta pareciera el de un video de “Bad Bunny”, tienen más en común que su desgarbada apariencia. No llevan “Balenciaga, Gucci o Prada”, pero sus bolsillos van cargados con suficiente efectivo para pagar una noche de fiesta en lo más alto. O bien, la tarjeta de crédito con suficiente disponibilidad para darse el gusto.
Por el lugar donde se sientan se les conoce, pues la ubicación depende del consumo. En Vento, nada se da por casualidad. Las jóvenes más descubiertas y con amigos de billetera grande van aun sector. Las menos favorecidas y con amigos de bolsillos más cortos tienen su propio lugar también.
Allí, a estas últimas, una botella de ron local les lleva a una oscura esquina, donde la luz de un rótulo de “RoofTop” y el eco perdido de las canciones de moda se desvanecen en la noche capitalina. “Son Q400 por la botella de Ron, pero con esa solo le puedo dar un lugar allá” asegura el mesero.
Para los “HighRollers”, esos que quieren impresionar a las bonitas de su colonia o a las más arregladas de lugar, hay un sitio especial. Dos cabinas privadas al lado DJ con la vista completa del lugar, son el refugio ideal de quienes pueden pagar Q2 mil por una botella de Whisky. Y quienes pueden desprenderse de entre Q1 mil 200 y Q1 mil 800, gustan de bailar y no tienen tapujos, pueden ver de frente al encargado de la música.
Las horas pasan y en VENTO, las botellas corren. Los ávidos meseros se las ingenian para atravesar la muchedumbre y mantener a sus clientes bien servidos. “Hay días que vienen unas 200 personas, pero los días de más gente son los viernes y sábados, a veces hay hasta 400 almas aquí usted”, comenta el mesero.
Estimaciones de expertos que conocen el mercado de la venta de bebidas, aseguran que aunque VENTO solo opere tres noches de la semana (jueves, viernes y sábado) sus ventas podrían alcanzar cifras exorbitantes. “Ellos están capitalizando el mercado de entretenimiento, que todos los demás locales que cumplen con la ley seca pierden, y esa es una venta segura”, sostiene. Para el experto esto no es otra cosa más que una competencia desleal.
“Es como que hablemos de contrabando, los contrabandistas no pagan impuestos y venden, estos de la discoteca VENTO no tienen competencia a altas horas de la noche y venden al precio que se les da la gana y la gente lo paga por que quiere divertirse”, experto en Alimentos y Bebidas.
Diez y ocho pisos abajo, donde el reflejo de la luz de neón es casi imperceptible, para Martín y sus dos meseros la venta no despega. El horario de restricción ha limitado sus ingresos y cada día está más cerca de cerrar definitivamente. Mientras que en VENTO, lejos de la calle y de la mirada de la policía la venta no se detiene.
Para conocer la versión de VENTO, RelatoGT se comunico con Lizardo Marroquín. Marroquín es el propietario del local donde funciona la discoteca y es quien autoriza el ingreso al edificio a altas horas de la noche, pero no se obtuvo respuesta.