Se ríe en público y se llora en privado, así es la vida en la cárcel donde se concentra el mayor capital de Guatemala.
El lugar no le traía buenos recuerdos, pero esa mañana de jueves decidió volver. Había que despojarse de muchas cosas, celular, llaves, monedas y recuerdos, antes de pasar bajo la mirada de los soldados y regresar al “Zavala”.
Zavala 01016
La improvisada cárcel, había cambiado. Las filas de automóviles para ingresar, mientras un agente de la PNC revisaba baúl y asientos, habían desaparecido.
En el sector, los comercios ya habían tomado medidas para evitar que las visitas se estacionaran en los lugares para sus clientes. Mientras tanto en la calle, flanqueada con camionetas agrícolas y vehículos europeos, enjambres de guardaespaldas esperaban sin saber cuánto tiempo.
Así cruzó la puerta, se sometió a la revisión y a paso lento, pero sentido, comenzó a avanzar. Mientras pisaba el maltrecho asfalto, visitas que regresaban, con carretillas vacías, saludaban amablemente con el típico “buenas”.
Nunca les había visto, pero estar en el lugar creaba un sentido de hermandad, una pena implícita en todos los que iban y venían por el angosto camino. Parecía que el tramo de unos 800 metros, era un preparatorio para dejar la tristeza tirada a la orilla y llevar una voz de aliento a quienes duermen y sueñan con la vida que dejaron afuera.
Al final del camino, una lona vieja daba sombra a cuatro agentes. Era difícil discernir si eran policías o militares, pues el roído uniforme había perdido el color bajo una bola de jabón. Posiblemente era de dos o tres usos, pues el largo de las mangas dejaba ver que uno más grande lo llevó antes.
Ya adentro, y después del sello en el antebrazo, la escena le dejó boquiabierto. Un mar de plástico blanco cubría todo, cada pedazo de lo que fuera aquel recinto amplio y lleno de pasto.
De la malla, como trapos al sol, colgaban los brazos de reclusos, que cuales zopilotes no quitaban la mirada del ingreso. Rostros sin nombre, casos desconocidos, Cooptación, La Línea, Transurbano, comerciantes, Bantrab, plazas fantasmas y hasta fuga de reos hacían valla para entrar a la llamada “Cárcel VIP”.
Cada uno se había asentado en su papel, los encargados del orden observaban cada movimiento del recién llegado. Pero él llevaba una consigna, contar la vida adentro del improvisado penal.
Allí donde todo se paga, y no porque a los huéspedes les sobre el dinero, sino por la falta de servicios carcelarios la vida transcurre a otro ritmo. Todo, absolutamente todo tiene una tarifa.
Comida, baño, ejercicio, donde sentarse, rezar, recibir visitas y hasta un clavo donde colgar la toalla para secarla esta tasado.
Quien paga y quien cobra
Los angostos caminos, donde antes el agua de lluvia obligaba a dar de brincos para transitarlos, ahora están cubiertos con pedazos de pared de concreto. Una plancha tras otra, donde se desdibuja una fachaleta de ladrillo, serpentea por todo el terreno y muere en la cancha de fútbol.
Lado opuesto, y tras pasar varias ventas de chucherías, está la galera negra donde comedor y gimnasio funcionan. A ritmo de pop de los ochenta, algunos sexagenarios levantaban pesas, realizaban estiramientos y desplegaban su hombría a los comensales del otro lado de la estructura negra.
Bajo la sombra de la estructura y alineadas verticalmente, cada mesa tiene un dueño y según su permiso se puede atender visita. Eso sí, por Q20 semanales todos, los que quieran pueden hacer uso del dispensador de agua.
Allí, en el comedor, todos hablan bajo y tocan temas triviales. Noticias de la familia, sucesos relevantes de conocidos o de sus hijos, pasan sobre la mesa. Pero, los temas serios se hablan en la champa, lejos de la mirada y los oídos de otros reclusos.
Se llora en privado y se ríe en público, es la consigna de los más de 220 residentes de la cárcel más criticada del país. Llámesele VIP, la exclusiva, la de los poderosos o los ricos, el Zavala es el nuevo modelo de negocio, donde alguien cobra y todos pagan.