La vida puede cambiar en un segundo. En un abrir y cerrar de ojos. Cuando eres niño, la inocencia y el juego forman parte fundamental de tu ser, comprendes poco la magnitud de lo que sucede a tu alrededor y confías mucho. Confías en tus familiares, en tus amigos e incluso en desconocidos. En eso, llega una tragedia que no entiendes y que te hace perder todo.
El domingo 3 de junio de 2018 se produjo una de las peores tragedias de la historia de Guatemala: la erupción del Volcán de Fuego. “Nosotros y nuestras familias siempre vivimos en esta aldea (El Rodeo, Escuintla), estábamos acostumbrados al volcán, nunca había sido tan fuerte”, es lo que dicen Jefferson Alfaro López, Ángel Moisés Figueroa y Brayan Monsanto, tres niños que forman parte de los más de 3,000 damnificados por esta tragedia y que se encuentran albergados en el Instituto Simón Bergaño y Villegas de Escuintla.
Muchos perdieron a sus padres, otros perdieron partes de su cuerpo, sus brazos, sus piernas; las quemaduras de tercer grado afectaron a otro tanto y provocaron que su piel cayera en pedazos mientras se separaba de su cuerpo. Estos tres niños, por el contrario, ganaron esperanza.
Jefferson tiene 10 años y afortunadamente salió ileso de la erupción, al igual que sus padres. “Estoy muy contento de estar en el albergue porque tenemos comida. Me he sentido bien porque me dan de todo. Es como una casa para uno. He hecho amigos, he encontrado con quién jugar, solo me molesta un poco el ruido cuando estoy durmiendo o intento hacer una siesta”.
Ángel Moisés Figueroa, de 13 años, también tuvo suerte. “Tengo a 15 personas de mi familia aquí en el albergue conmigo, faltan 8 que viven en mi casa y están en otro lugar como este, pero por la gracia de Dios me he sentido bien. Todavía no sé qué es lo que vamos a hacer después de que pase todo. Lo que me importa es estar cerca de mi familia. Muchas personas nos han ayudado, cocinan bien rico y por lo menos sabemos que estamos protegidos aquí y que tenemos que comer, en donde dormir y personas que nos cuidan. También jugamos mucho, nunca había reventado una piñata y aquí nos trajeron unas. También, uno de esos trampolines de colores para saltar”.
Pero, para Brayan Monsanto, de 9 años, no fue fácil. “No nos habíamos dado cuenta, hasta que los vecinos comenzaron a gritar. Mi mamá estaba torteando para el almuerzo y tuvimos que salir corriendo. Ella se quemó, casi no nos dio tiempo de correr, ella me cargó pero venía la nube bien cerca de nosotros, nos caímos, yo todavía logré correr un poco más pero no la quería dejar a ella. Mi papá la ayudó y logramos ir más rápido porque nos movimos por el ladito de la calle o nos montábamos en paredes, pero ella se quemó la pierna, se le fue la piel. Ahorita estamos separados y aquí solo estamos mis dos hermanas y yo con mi papá, pero dicen que ella ya va a venir y que lo que le pasó no fue tan malo como a otros. Solo espero que la traigan al mismo lugar que nosotros”.
Como Brayan, Jefferson y Ángel Moisés existen más de 200 niños que pasaron por esta tragedia, varios de ellos tendrán que salir adelante solos, otros un poco más afortunados, al lado de su familia. Eso sí, todos sin un hogar, recursos y pertenencias.