Carmen ya estaba cansada de vivir en la casa de sus papás, pues cada decisión que tomaba siempre se la cuestionaban.
Una vez decidió que iniciaría a trabajar para poder pagar sus gastos, ayudar en su casa y poder comprar lo que necesitaba; sin embargo, su mamá se opuso a la decisión, pues el trabajo que Carmen había conseguido era en un restaurante de comida rápida.
Su madre aseguró que le daba “vergüenza” que vieran a su hija trabajar en ese lugar, entonces prefirió que no trabajara porque la iban a ver.
Al poco tiempo se graduó del colegio e inició con los trámites porque iba a estudiar en la universidad, ya que su sueño era estudiar humanidades; pero sus padres le decían que era una pérdida de tiempo, que no iba a encontrar trabajo y si lo encontraba iba a ganar muy poco. Entonces empezó a estudiar odontología, pero también fue cuestionada: “Para qué lo vas a hacer si ni siquiera tienes un trazo fino”. Carmen, poco a poco, se iba desesperando de la situación.
Ella se sentía oprimida cada vez que le contaba algo a su madre, pues ella era quien le metía ideas en la cabeza a su padre.
Carmen les anunció a sus padres que se iría de la casa, pues tenía un trabajo con el que podía pagar un cuarto pequeño cumpliendo con lo básico. Su madre lo primero que le dijo era que para qué se iba, que era mujer y que eso era exponerse; además, que era gastar dinero en algo que no era necesario. Pero en su casa todos los días le decían que era una carga para la casa.
Ya estaba cansada, por lo que decidió empezar a ir con una psicóloga para que pudiera ayudarla. En la primera cita no contó todo, pues aún no le tenía tanta confianza. Conforme pasó el tiempo, se sentía más cómoda.
En una de las terapias la psicóloga le recomendó que se fuera de su casa, para poder tener un espacio más personal.
Carmen se fue y se dio cuenta de que era más feliz viviendo sola, pues ahora podía seguir imaginando y planeando la vida que quería y sin necesidad de que le cortaran las alas.
Según la psicóloga Ángela López, hay ocasiones en que los padres pueden ser tóxicos, pues crecieron en otra época; o por lo mismo, sobreprotegen a sus hijos y eso daña sus vidas.
Hay ocasiones en que los padres piensan que sus hijos no podrán hacer algunas tareas, sin darles la oportunidad de demostrar de lo que son capaces; además, tienen temor a que sus hijos no los necesiten y por eso la relación se vuelve tóxica”. – Ángela López, psicóloga.
Hay algunos rasgos que demuestran la toxicidad que pueden tener los padres:
- No impulsar los sueños de sus hijos.
- Darles todo ya servido, sin comprender el valor de las cosas.
- Limitarlos en su creatividad.
- No darles insumos para que puedan ser responsables.
- Que vivan privados del mundo, como no dejarlos salir o interactuar con otras personas.