Desde las elecciones generales había esperanza en los grandes edificios y residencias de la parte alta. Si ganaba Giammattei, el próximo ministro de Gobernación sería un vecino del sector. Y así se vio.
Por las noches las vistosas patrullas comenzaron a rondar, retenes improvisados y presencia de aquellos uniformados que hacía tiempo no se les veía trajeron la calma. Pero no para los que viven a la sombra de las grandes edificaciones y que durante el día se aseguran de no rayar la pintura de los autos al lavarlos o ensuciar las alfombras con la tierra que llevan de sus casas, otra vez daba igual.
Para los potentados comerciantes locales y los menos privilegiados del sector, Giammattei era uno más. Hizo falta una pandemia mundial, un virus que mata a todos por igual y prefiere a quienes vivieron la revolución sexual, para que la cosa cambiara en Santa Rosita.
El bullicioso microcosmos financiero hoy está en silencio. En las calles que normalmente están repletas de mercadería e intrépidos buscando buenas ofertas, el sonido de los autos al pasar, rebota en las persianas de los locales cerrados. La apatía se ha apoderado de los grandes comerciantes, como doña Zoila y su imponente tienda de esquina o Jorge y su vistoso local de embutidos, junto a la carpintería.
Y es en esta atmósfera cargada de incertidumbre, que el pequeño local de Marta lleva ocho días de no vender pollo. Una por la situación que trajeron las noticias desde Italia, donde no seguir una cuarentena ha traído miles de muertos y otra la incapacidad de pagar a los “que viven del miedo”.
Pero, a partir de este lunes algunos comerciantes han recibido buenas nuevas por parte de los mareros. Desde hoy solo se cobrará la extorsión a las viviendas, no a los comercios. No es para menos, con el 70 por ciento de los negocios cerrados en la pequeña comunidad, no hay cómo cubrir lo que piden “estos ingratos”, reniega Marta.
A pocos metros de su casa, sobre el bulevar, en un retén de la PNC se inspecciona vehículos y desea buen día a los que vuelven del supermercado para guardar la cuarentena. Pero, en su vivienda el pago de Q20 semanales por seguridad será la norma.
Llegará el muchacho sin rostro, pero cuya apariencia deja en claro a lo que viene. Y sin tener la venta de pollo, será su trabajo de limpieza con el que habrá pagarle, o arriesgarse a que algo le pase a la familia.
Pero no ha sido así para todos. A varios kilómetros de la venta de pollo de Marta, lejos de eliminar la cuota esta subió. Por los últimos cuatro años, Carmencita incorporó a los gastos fijos de su tienda, en los Proyectos 4-4, los Q100 diarios que debe pagar a los “ingratos de Marta”.
Comenzó con leche y huevos, la ironía, pues ahora son los segundos los que la mantienen con el negocio abierto. Luego se hizo de una estantería y surtió el local. Se dio a conocer por vender a lo que sus clientes llaman “lo que es”, una mezcla de justicia comercial y astucia publicitaria. Pero como para todos los que viven el día a día, era inevitable que recibiera la llamada.
“Mirá vieja puta desde hoy nos vas a tener que dar Q100 diarios, si no querés que te quebremos el c… cada vez que lleguen mis patojos los tenés que atender bien y sabés que te voy a tener vigilada. No vayás a andar con huecadas de decirle a la tira, porque eso no te lo voy a perdonar”, Carmencita.
Desde entonces ha pagado lo que le pidieron, pero hoy la cosa cambió. Con el pretexto de que a ellos el COVID-19 también les afecta le subieron Q50 a la cuota diaria.
“Fíjese que vino el muchacho y me dejó otro celular. Yo tenía miedo porque no sabía lo que me iban a decir, pero otra vez era la misma voz, que tenía que pagar más dinero porque tenían que comprar mascarillas y guantes, pero no sabía que era por lo del virus”, Carmencita
Y aunque Carmen y Marta viven a pocos kilómetros de distancia, pareciera que los “ingratos” no las miden con la misma vara. Con la llegada del COVID-19 a una la hacen pagar para trabajar y a la otra la obligan a pagar para vivir.