Desde que comenzó la pandemia en Guatemala, los centros escolares acogieron el uso de las computadoras y sus cámaras para continuar el ciclo educativo de los niños. Con horarios desde muy temprano en la mañana, y con sus uniformes puestos, los alumnos daban sus nombres para cumplir con la lista de asistencia. “Enciendan sus cámaras para ver que estén allí, de lo contrario tendrán ausente”, advertían los educadores. Micrófono abierto y cámara encendida, la lección del día podía comenzar. Pero, ahora, antes de finalizar el ciclo escolar, algunos alumnos han encontrado la forma de evitar que sus maestros puedan obligarlos a encender la cámara.
Durante los primeros meses de la pandemia, Karla O., una maestra de 5º. bachillerato logró mantener a sus 25 alumnos a raya. Se volvió experta en las argucias de sus educandos y desarrolló métodos para verificar que todos estuviesen en clase y poniendo atención. “Algunos se tomaron fotografías y las pusieron en su fondo de pantalla, otros hasta hicieron el esfuerzo de grabarse en videos de 20 minutos, que dejaban subidos y corriendo durante la clase”, pero a todos los descubrió.
“Comencé a darme cuenta que cada cierto tiempo debía preguntar a cada uno algo de la lección del día, así podría saber si estaban allí o no”, Karla O.
Pero, con el correr de los meses, y las herramientas digitales disponibles, algunos alumnos buscaron cómo evitar levantarse temprano y atender la clase virtual. La sorpresa para la maestra se dio hace dos semanas, cuando uno de sus alumnos se negó a encender su cámara. “Por favor enciendan todos sus cámaras, vamos a pasar lista”, pero uno de ellos se negó. Tras pedirle que lo hiciera tres veces, y ante la negativa del alumno, Karla le advirtió: “Hoy es día de examen y si no pone su cámara tendrá cero”.
Lo que luego le respondió el alumno la dejó perpleja. “Sabía usted que no me puede obligar a poner mi cámara, la ley me protege y tampoco me puede poner cero, porque aquí estoy”. Sin saber qué hacer, la educadora se comunicó con la dirección del colegio. Luego de algunas consultas, la dirección optó por permitirle al estudiante atender las clases sin encender su cámara.
La ley que el joven citó, para justificar su negativa, fue la Ley Reguladora de Cámaras de Video Vigilancia capítulo II, artículo 6, literal B, inciso III. El cual reza: “No se podrá captar y/o grabar el interior de inmuebles privados, salvo consentimiento del dueño o de quien sea su poseedor legítimo, o bien exista autorización judicial…”.
Ante la negativa del alumno, la dirección del colegio se puso en contacto con sus padres para notificarles de lo sucedido. Lejos de recibir el apoyo que esperaban, estos se limitaron a decir: “Si él no quiere encenderla está en su derecho y no lo pueden obligar”.
Para el abogado, Leo Mendizábal, debería existir un acuerdo entre padres y colegios para velar por la seguridad de los menores. Durante una clase, a la que los padres han accedido le sea impartida a sus hijos, no debiera haber riesgo. Otros como Kevin Moldauer sostienen que a un niño (un maestro) no puede obligarle a encender su cámara, pero con los cambios que trajo la pandemia, es necesario para recibir clases. “Aquí lo que se ve es que, si un padre inscribió a su hijo en un colegio, aceptó ciertas condiciones, con lo que se puede interpretar que están dando su consentimiento”, asegura.
“Los patojos se están aprovechando ya que hay tanta regulación para protegerlos, lo cierto es que se les ha empoderado y se están aprovechando de la ley, se están pasando de vivos”, Kevin Moldauer.
La noticia de lo sucedido con uno de los graduandos, corrió por las redes sociales de los demás estudiantes. El atrevido muchacho se convirtió en un héroe para muchos de sus compañeros de colegio. “Él se dio cuenta que no teníamos la obligación de encender la cámara, solo con estar conectados oyendo era suficiente, hasta podíamos no tener puesto el uniforme o estar en la cama”, asegura Ricardo, un alumno de 1º. básico.
Ya no solo era bachillerato quien se negaba a encender la cámara, alumnos de primaria también comenzaron a negarse a hacerlo. Y la revelación pasó de un colegio a otro. En cosa de días, varios centros educativos optaron por no sancionar a los alumnos que se negaban a encender sus cámaras y decidieron seguir con las clases.
“Es triste, porque los que se niegan a encender sus cámaras son generalmente los alumnos menos aplicados y a los que peor les va en las clases”.
Karla O.
Mientras, el ciclo escolar 2020 llega a su fin, una cansada maestra, unos niños aturdidos y unos padres agotados solo pueden pedir que el próximo año la cosa sea diferente. Y la duda sobre cuánto efectivamente aprendieron los niños, trabajando desde casa, se verá resuelta el próximo año.