Los cambios repentinos en la interacción social que fueron provocados por la pandemia han dejado su marca en la vida de la población mundial. De la libertad a la restricción y el miedo, la mente humana puede sufrir de condiciones que favorecen a la ansiedad, estrés e ideas autodestructivas.
Desde 2020, tanto jóvenes como adultos han sufrido de diferente manera los efectos del encierro, la cuarentena, las restricciones, el teletrabajo y el estudio a distancia. Para algunos, la llegada al coronavirus significa un parteaguas en su estado mental.
En los menores, las advertencias por parte de las autoridades al cuidado de la salud mental y la búsqueda de volver a actividades pre pandémicas han llamado la atención. Incluso, el presidente Alejandro Giammattei afirmó el 22 de octubre durante una rueda de prensa que “los patojos están necesitados de regresar a la escuela. La cantidad de suicidios que se han dado en el último año, entre niños, es sin precedentes. Mucho de eso se debe al encierro. Debemos abrir las escuelas por la salud mental de los niños.”
Aunque en las estadísticas no se ven reflejadas las afirmaciones del presidente, ya que instituciones como el Registro Nacional de las Personas (RENAP) o el Ministerio Público (MP) solo contemplan entre 19 y 69 muertes por suicidio durante el 2021, los problemas de salud mental sí han aumentado en alumnos. El fenómeno no ha sido a nivel nacional, ya que entidades como la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha expresado su preocupación por el deterioro de la salud mental durante la pandemia.
Entre los jóvenes de 15 a 29 años, el suicidio es la cuarta causa principal de muerte, por detrás de los traumatismos debidos al tránsito, la tuberculosis y la violencia interpersonal. La OMS afirma que las tasas de suicidios han descendido a nivel mundial exceptuando a América. En esta región las tasas se incrementaron en un 17% entre 2000 y 2019.
La ansiedad en jóvenes, efecto del encierro
Anaite, una estudiante de bachillerato en un colegio privado de la Ciudad de Guatemala, ha sufrido las consecuencias del distanciamiento social. Siendo hija única y con padres trabajadores, la adolescente ha encontrado una nueva familia en amigos del colegio, los cuales están cerca de cumplir dos años sin poder verles. “He perdido amigos y siento que es un momento muy fuerte de soledad. Sigo siendo la única en mi casa que no ha podido obtener una vacuna contra el COVID-19, por lo que mis papás siguen restringiendo que realice ciertas actividades o me reúna con amigos” explica la estudiante.
Según la joven guatemalteca, comenzó a buscar ayuda de un psicólogo tras cumplirse el primer año de la pandemia. “Empecé a tener varios síntomas de ansiedad. Sentía mareos, un dolor fuerte de pecho, casi como ahogarse. Me pasaba mucho cuando estaba en situaciones de estrés como cuando hacía tareas o estábamos en exámenes.”
Coralia Peña, Psicóloga Clínica, explica que la ansiedad se trata de “un estado emocional en el que se paralizan las personas con signos y síntomas similares a la sensación de ahogo o que falta el aire. Esto se ve provocado cuando los niveles de estrés son muy altos o cuando una persona tiene trastornos obsesivos compulsivos.”
Debido a estos ataques, una persona puede manifestar un aumento en las palpitaciones, así como una aceleración en el sistema circulatorio. También provoca un aumento en la temperatura, taquicardia, sudoración en las manos, deseos de llorar y bloqueos.
“Mi psicólogo encontró un cuadro de ansiedad, yo le he dicho a veces que llegué a estar bajo depresión. Sin embargo, encontrar esa ayuda me ha ayudado a llevar mejor muchas cosas o situaciones. Aún así, la soledad es difícil de combatir y es lo que considero que más me ha traído la pandemia” explicó Anaite.
Existen diferentes maneras de poder tratar la ansiedad. Peña explica que estos ataques pueden durar cerca de 30 segundos, pero pueden extenderse si no se controlan. Los padres de familia deben conocer los signos que pueden detectar al ver a una persona con un ataque de ansiedad. Notar si alguien está llorando y siente que pierde el aire. Peña aconseja que, cuando es un trauma, se puede aplicar un sistema de relajación. “Si se generan más pensamientos negativos ante una situación, se puede extender por mucho más tiempo. Lo que hay que evitar es pasar a un cuadro de pánico” mencionó.
Respecto al deber de los docentes para poder identificar estas situaciones y también poder evitarlas con la actual situación que vive la educación del país con la pandemia del COVID-19, Peña comentó que “los docentes deben ser facilitadores, porque nadie estaba preparado al proceso online, ni siquiera ellos mismos. Nadie sabe cómo un estudiante puede responder. El rendimiento puede cambiar totalmente por el tipo de clases. Uno de los problemas es que muchos actúan como si las clases siguen siendo presenciales, cuando ya no se puede actuar así. Los niños pasan toda la mañana en la computadora en la mañana por las clases y en las tardes esto sigue porque deben hacer las tareas.”