La gente cree que estoy muerta, y eso no es cierto, mi cerebro sigue funcionando
A Norma Cruz, una enfermedad la sorprendió hace cinco años en un cementerio.
Buscaba el cuerpo de Cristina Siekavizza, cuando sus piernas se doblaron y ya no pudo mantenerse de pie.
Así inició el mal inexplicable que tiene a la exdirectora de Fundación Sobrevivientes en su casa, tratando de ganar la batalla a los síntomas que merman su salud día con día.
Norma se vio obligada a dejar de ser aquella mujer que hacía huelgas de hambre por días y semanas para hacer valer los derechos humanos de las mujeres y los niños. También, la que podía estar en una audiencia por horas defendiendo un caso de una mujer asesinada.
Su cuerpo tiembla constantemente, e incluso, describe que debió aprender a usar una silla de ruedas y un caminador, porque hay días en los que puede mover sus pies, pero hay otros que solo está en la cama.
“Realmente ha sido un cambio grande”, dice. “Al principio me resistía a dejar mis luchas en la calle, pero ya no pude hacer nada, ni caminar siquiera”, puntualiza Norma, quien en 2005 fue propuesta para recibir el Premio Nobel de la Paz y en 2009 el diario español el País la incluyó dentro de los cien personajes influyentes en ese año.
Aceptar esa nueva realidad fue muy doloroso para Norma, madre de dos hijos y abuela de dos nietas.
“Llegó un punto en que dije, señor me pongo en tus manos, ahí empecé una dinámica para mi vida”, expresa la también ganadora del premio para mujeres internacionales de coraje. Este lo otorga el gobierno de los Estados Unidos por enfrentar al sistema de justicia y trabajar porque las muertes, violaciones y maltrato a las mujeres no queden impunes.
Norma tiene 56 años y nunca imaginó que, a sus años, esa enfermedad llamada neuropatía múltiple, complicada con una epilepsia, le darían ese giro a su vida de activista.
Esta enfermedad comenzó en 2014 y han sido años duros para ella, que en busca de la justicia, acompañaba a los fiscales a los allanamientos a donde fuera, acudía a la morgue a identificar cadáveres de víctimas XX e incluso propuso la creación de la Secretaría Contra la Violencia Sexual, Explotación y Trata de Personas.
“Los pies se me doblaron para adentro, tenía que usar tenis para dormir de noche, mis pies se iban deformando”, cuenta Cruz.
A Norma le afectó la tiroides.
Su cuerpo cambió radicalmente, de ser una mujer delgada, subió de peso al retener líquidos y aceptar ese nuevo cuerpo, dice que fue un dilema en su vida.
Norma ha estado dos o tres veces hospitalizada, la última crisis la llevó a estar inconsciente por un mes.
Algunas veces convulsiona si se somete a mucho estrés. Y su cuerpo tiene movimientos involuntarios, principalmente en sus brazos y cabeza.
“Es molesto, cansa, agota y aún acostada ahí están los movimientos, es irreversible. Mi enfermedad no tiene cura, solo me dan pastillas para paliar el dolor, es progresiva, no tengo esperanzas de decir que me voy a curar”, admite Norma, que, a pesar de todo, sonríe y trata de ver con optimismo su futuro.
“Hay días que me tienen que dar de comer en la boca, ponerme un babero porque la comida se me cae”, cuenta.
Pero, junto con la enfermedad llegó el olvido de quienes la rodeaban.
Aunque algunas personas le mandan saludos con su hija, Claudia Hernández, actual directora de la fundación, pero ya nadie la llama por teléfono.
“Llegó un momento que dije, ¿para qué voy a tener teléfono si nadie me llama? Ya la gente con la que trabajaba me abandonó o se olvidó de mí”, resalta.
“Siempre digo, la gente cree que estoy muerta y no es cierto, sigo viva, mi cerebro sigue funcionando”.
Norma conserva los recuerdos de su lucha por crear mecanismos de búsqueda inmediata de los niños y adolescentes al llevar los procesos de los casos de una niña y un niño asesinados.
Así surgió la alerta Alba Keneth. También, es una mujer clave en la creación de la Ley contra el Femicidio y otras formas de violencia contra la mujer.
Unos 2 mil casos, a lo largo de estos años, son los logros que Norma Cruz consiguió, aún recibiendo amenazas de muerte.
Hoy dice sentirse tranquila, disfrutando de su familia, su salud solo le permite ir de vez en cuando a la fundación para dar alguna asesoría.
“Después de la última crisis que estuve tan mala, terminé de aceptar que ya no puedo esforzarse mucho y hacer lo que antes era mi vida”, concluye.
Fotos: Google, Fundación Sobrevivientes.