Hoy fue el primer día del uso obligatorio de mascarillas en Guatemala y la capital acató la orden del presidente. Pudo ser el miedo al contagio o al pago de la multa de Q7 mil, impuesta por el gobierno, lo que llevó a los capitalinos a cumplir con la nueva norma. En las calles, comercios y mercados de la urbe los habitantes transitan con buena parte del rostro cubierto.
En el Mercado Central las seis horas de venta deben ser aprovechadas al máximo por los comerciantes y quienes busquen comprar alimentos. Eso sí, antes de ingresar deben tener claro que no se toca y se circula con la boca y nariz cubierta. En las esquinas de los corredores, del área de verduras y comestibles, rótulos que advierten sobre el uso obligatorio de mascarillas destacan sobre los puestos de venta y en los locales cerrados.
Además, la advertencia de no tocar alerta a los posibles compradores. Isabel, quien vende frutas en el pasillo que lleva al área de artesanías, asegura que nadie puede tocar sus aguacates. “No dejo que los manoseen y que les metan la uña para ver si están buenos”, asegura. Desde que surgió la alerta por el COVID-19, la comerciante ha implementado medidas para evitar que su producto se pueda contaminar.
“Si quieren comprar, yo les enseño que están maduras para el día o si está verde, para que lo tengan en la casa y les aguante”, Isabel.
Las pescaderías y carnicerías del mercado también advierten a los consumidores sobre la distancia que deben guardar entre ellos y el producto. “Atendemos de uno en uno y les pedimos que no se peguen”, sostiene la vendedora de productos del mar. Otras, como María, quien vende verduras han elaborado sus propias mascarillas con tejidos típicos para cumplir con las medidas que pide el gobierno y cuidan que nadie toque sus productos.
Casi llegan al mediodía y el silencio del bullicioso centro de ventas es interrumpido por el aviso en los parlantes. “Recuerde el uso de mascarilla y hoy cerramos a las 12”. El icónico local de doña Mela, donde se sirven comidas preparadas y platillos típicos tiene la persiana cerrada mientras dura la crisis. Un nivel abajo los locales de ventas de artesanías están, en su mayoría, cerrados. Son pocos, como el de Hermelindo Tach con mascarilla al rostro, que abren para comerciar con las manualidades que le llegaron de Chimaltenango y el occidente.
Dos pisos arriba, a nivel de la calle, la constante son los rostros cubiertos y las miradas incrédulas ante lo que se vive en Guatemala. Colas para entrar en los comercios y distancia entre los compradores, son la norma. Marlon García, quien llegó a una casa de empeño a dejar unos aretes de su esposa, lo sabe y espera su turno para entrar en el local. Incluso hasta quienes llegan al centro de la ciudad por razones de ocio cumplen con la medida. Sí o sí la mascarilla, antes de pagar una multa o contraer la enfermedad.
A escasas diez cuadras, en la antigua estación de la Plaza Barrios, los vendedores ambulantes también han acatado la medida. Sean plátanos, cocos o shucos, los capitalinos cumplen con el uso del cobertor facial. Incluso hay quienes combinan su vestimenta. Gorra, mascarilla, delantal y tenis rojos para no dejar que la cuarentena les robe también el sentido de la moda. En las afueras de Torre de Tribunales, quienes esperan noticias de sus abogados o clientes para trámites se unen también a la medida obligatoria.
Por las avenidas de La Reforma y Las Américas se repite la historia. Motoristas y peatones circulan con parte del rostro cubierto embebidos en su destino. Y una vendedora ambulante en el Obelisco empuja su carretilla con un hijo a espaldas y otro sentado cumple la disposición. Todo mientras llama clientes, alerta ventanillas o aborda a peatones para tratar de venderles mangos.
En una ciudad donde algunos inicialmente se mantuvieron reacios a cumplir disposiciones, la cosa cambió. Y es hoy, cuando comienza un nuevo período de medidas para contener el COVID-19, que el miedo a la enfermedad o al pago de multas ha llevado a los capitalinos a ser cumplidos.