Él escarba con una pala, busca los huesos de su familia soterrada por el Volcán de Fuego
Con solo una pala en sus manos, Juan escarba lentamente entre la arena que se tragó la casa cuando almorzaban su hijo, su esposa, y los suegros de su hijo, el día que la arena, la lava y las piedras se tragaron a la comunidad de Los Lotes.
En la desolación, sin nadie que lo ayude, el hombre de 60 años no quiere irse sin meter en un ataúd los huesos de quienes en vida, fueron parte de su familia y de su diario vivir.
Bajo un sol que quema, en un lugar donde se respira humo, se siente tristeza desde el comienzo hasta el fin de la comunidad, y se escucha un silencio inusual. Juan llega desde la mañana y se va al caer la tarde.
El Volcán de Fuego, el causante de la tragedia, hasta el 4 de julio seguía sacando un leve humo.
La casa donde quedó su familia está a sus pies, y una maquinaria extrajo la arena que la cubría y se la dejó allí para que él se encargara de buscar los restos de su familia.
Ya logró obtener algunos huesos, pero no los suficientes para pensar que es toda la familia y retirarse a darles sepultura en un ataúd.
En la absoluta devastación de lo que una día fuera esa comunidad activa y productiva de 8 mil habitantes, Juan, que se dedicaba a la agricultura, recuerda el domingo que iba feliz, cantando alabanzas de regreso a su casa.
Venía de la iglesia, donde también quedaron soterradas al menos 25 personas que almorzaban allí a esa hora, y escuchó un ruido como de un automóvil al que se le dificulta subir una cuesta.
Mi otro hijo, que recogía leña llegó corriendo y me dijo que a Los Lotes se los había tragado la arena. Y que la lava y la arena venían bajando.
“Pensé en mi hijo que tenía 30 años y toda la familia”, cuenta, “no podía subir a ver”, se lamenta Juan.
Pusieron llave a la puerta y se fueron corriendo, de lo contrario él también estaría muerto ahora, cuenta Juan, quien desde que tenía 13 años llegó con sus padres a vivir al Rodeo.
Juan aún no puede entender por qué pasó eso, si el volcán les había tirado lava otras veces, pero solo llegaba a la mitad y se apagaba. Se queda pensativo mirando lo que ahora se le conoce como la playa donde solo hay arena y enormes piedras.
“Uno convive con el volcán todos los días”, dice desconsolado.
Y es que ese día nadie en la aldea podía ver lo que venía. La vista al volcán se perdía entre los árboles.
Treinta días después de la tragedia, esos mismos árboles están cubiertos de arena y piedras.
Para darse una idea. Las casas de dos pisos quedaron bajo tierra y solo se ve la lámina de sus techos. Los contadores de luz arriba de los postes y una que otra ventana.
Los Lotes y El Rodeo quedaron como paralizados en el tiempo.
Ropa tendida que un mes después aún cuelga del lazo. Juguetes tirados que la lava y la arena sacaron de entre las casas y nadie se atreve a recoger, motos, carros, e incluso viviendas que por dentro están como si alguien aún viviera allí.