Jeremías, entre pobreza y sueños de niño imagen

Su mamá trabaja de lavar ajeno y su papá de albañil. No sueña con viajar, solo quiere una bicicleta como la de su primo.

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Jeremías recuerda con mucho cariño cuando su papá los invitó a comer pizza en la sexta avenida, en donde veía restaurantes, que solo había visto en la tele de su tía Julia. Todo eso le parecía inalcanzable, un mundo lleno de muchas cosas que a su corta edad no había visto.

Jeremías, de 7 años, vive con sus papás y dos hermanos mayores. Todos conviven en un pequeño espacio con el piso de tierra y las láminas sostenidas por pedazos de madera. No tiene una colección de juguetes. Tampoco asiste a clases de natación o fútbol.

El niño lleva el nombre de su papá que se dedica a trabajos de albañilería o “lo que salga”. Juana lava y plancha ropa ajena, también ayuda a una señora que vende atol en la Avenida Elena, con eso sostiene a su familia.

“Desde hace dos años que el nene lleva los mismo zapatos a la escuela, porque no tenemos el dinero para comprarle otros”, cuenta su mamá. Los desayunos de todos los días son un plato de frijoles o caldo de hierbas, para el almuerzo un par de salchichas con arroz y en la cena, a veces, no comen. 

El chorro de agua más cercano a su casa está a siete cuadras. En ocasiones, Jeremías y sus hermanos han sufrido diarrea o infecciones en el estómago, debido a la mala alimentación. Y es que entre la madre y el padre redondean para el gasto familiar Q1000 mensuales.




La pobreza que enfrentan les impide darles una mejor calidad de vida a sus tres hijos. Todos van a la escuela pública. Los padres dicen: “Quiero que se eduquen y sean buenos seres humanos”. “Si puedo, les ayudaré a que terminen sus estudios escolares”. Pero dudan de que puedan proporcionarles este derecho básico.

“Ellos, se convertirán en parte de un círculo vicioso e intergeneracional que restringe las oportunidades de los niños y las niñas. Profundiza las desigualdades y amenaza a todas las sociedades”. Unicef.

Atrapados en un ciclo de desventajas, los niños de los hogares más pobres, están propensos a enfermarse, pasar hambre, no aprender a leer ni escribir. Además, vivir en condiciones de pobreza, debido a factores fuera de su control.




Datos de impacto

Estos niños tienen más probabilidades de morir antes de cumplir 5 años y, en muchos casos, más del doble de posibilidades de presentar retraso en el crecimiento, comparado a los pequeños de los hogares más ricos. También tienen menos probabilidades de completar el ciclo escolar, lo que significa que quienes logran superar este precario comienzo encuentran pocas oportunidades para romper con la pobreza de sus padres y determinar su propio futuro, según el reporte del estado mundial de la infancia de Unicef.

A nivel mundial, los niños conforman cerca de la mitad de los casi 900 millones de personas que viven con menos de US$1.90 por día. Sus familias luchan para brindarles la atención básica de la salud y la nutrición que requieren para tener un buen comienzo en la vida. Estas privaciones dejan huellas irreversibles. En 2014, alrededor de 160 millones de niños presentaban retraso en el crecimiento.

De acuerdo con datos de 2013, aproximadamente 124 millones de niños y adolescentes se encontraban desescolarizados. Dos de cada cinco niños dejaban la escuela primaria sin haber aprendido a leer y escribir, sin las nociones básicas de aritmética. Casi 250 millones de niños viven en países y zonas afectadas por conflictos armados. Millones más soportan los peores efectos de los desastres asociados con el clima y las crisis crónicas.

Historias como la de Jeremías es muy común de encontrarlas. Uno de sus sueños es “tener una bicicleta como la de su primo”. En su casa no hay televisión de plasmas ni consolas de juegos, tienen frente al baño un viejo radio de transistores junto a un caballito de plástico al que llama “Jonás”, que es su único juguete.

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