La pandemia del COVID-19 cambió la manera de comportarse de los seres humanos a nivel mundial. Por otro lado, la gran mayoría de actividades sociales que incluyeran una reunión de personas tuvieron que cambiar para evitar los contagios de este virus.
Entre las reuniones que tuvieron que cambiar con la llegada de la pandemia destacan los funerales y los sepelios. En Guatemala, las restricciones presidenciales delimitaron las velaciones en funerarias y el ingreso de familiares para dar el último adiós a un ser querido.
Sin embargo, este radical cambio también ha provocado que durante un momento de gran dolor y pesar, las familias no puedan despedirse adecuadamente de un ser amado y no puedan encontrar un apoyo en otros. Patricia, quien perdió a su padre a causa de un cáncer en junio de 2020, tuvo que vivir la difícil experiencia de un funeral en la pandemia.
Tras ser diagnosticado a inicios del año pasado, Patricia pasó junto a su padre el encierro por la cuarentena impuesta por el Gobierno. Sin embargo, cuando las medidas cobraron más fuerza y se imponía un toque de queda total, el estado de salud de su padre se deterioraba más. “Cuando fue marzo y abril, nos hicimos cargo de mi papá. Veíamos que iba empeorando y que él estaba en sus cinco sentidos emocionalmente e intelectualmente, pero su cuerpo ya no le respondía. Era la temporada que nos tenían encerrados y muchas veces sentía dolores o malestares tan fuertes como para ir al hospital, pero en ese momento se necesitaba permiso para poder ir al hospital” recuerda Patricia.
Además de las complicaciones para salir e ir al hospital, las medidas del COVID-19 también dividieron a la familia para poder atender al padre de Patricia, ya que solo se podía una visita a la vez. “Incluso las decisiones para los tratamientos eran súper apurados. Vimos cómo empeoraba con el tiempo. Los médicos nos decían que otros países sí lo podían tratar, pero los aeropuertos estaban cerrados. El no poder tomar decisiones en grupo complicó las cosas” expresó Patricia.
Tras una dura lucha contra el cáncer, el padre de Patricia murió el 9 de junio de 2020 y un desorden entre el hospital y las funerarias se desató. “Una noche antes, mi papá sufría de muchísimos dolores y fue llevado al IGSS. Un médico me sugirió que me despidiera porque era muy difícil que pasara la noche. Solo yo me había podido despedir adecuadamente de él. Mi mamá nunca lo pudo ver cuando fue internado y antes de fallecer en el hospital debido a las medidas del coronavirus en el centro médico” recordó Patricia sobre la última vez que vio a su padre.
“Cuando entramos a recibir el proceso tras un proceso larguísimo, el forense nos dijo que nos dejaría entrar y nos advirtió que no lloraramos. El mismo forense nos presionaba para que le dijéramos si ya teníamos funeraria. Lo entregan en una bolsa de poliestireno. El aspecto dolía aún más que toda la situación” afirmó Patricia.
El velorio se llevó a cabo en los funerales Reforma en la zona 9 de la Ciudad Capital. Sin embargo, debía restringirse a sólo 10 personas que sean familiares directos las que podían entrar a la funeraria y solo podían estar dentro por una hora. “Es un aspecto muy doloroso que las funerarias cobraban el servicio total como si fuera una época normal. Mi papá tenía hasta 12 más. Solo con los hijos, nietos y esposa, se llenaba el cupo. La mayoría de ellos no se pudo despedir nunca. En el cementerio también estaban contadas las personas. Muchos de mis familiares encontraban cómo entrar a pesar de que estaba prohibido. La situación es dura, más cuando no están toda la familia ni palabras de apoyo” recuerda Patricia. Incluso, según relata Patricia, algunos miembros de la familia que entraron al cementerio fueron sacados por la seguridad del lugar, ya que eran de la tercera edad.
Las medidas no cambiaron para la familia de Patricia, a pesar de que su padre no había sido paciente de COVID-19 y en ningún momento de su enfermedad se había contagiado del virus.
Sin oportunidad de despedirse o de un entierro digno
Lucrecia cuenta una historia distinta a la de Patricia que, tras perder a su pareja y padre de su hija por COVID-19, nunca tuvo la oportunidad de despedirse de su ser amado. “Fue mi esposo el que falleció. El enfermó desde el 10 mayo. No podía respirar y se sentía mal. No creíamos que era covid. Fue hasta el 15 de mayo que fue diagnosticado con COVID-19. Fue internado en el IGSS y fue justo cuando la restricción de circulación comenzó, por lo que él quedó solo en el hospital y yo, quien también tenía coronavirus, tuve que volver a casa” recuerda Lucrecia.
Tras 20 días de desinformación por parte del hospital, Lucrecia recibió la peor llamada que podía imaginarse un 5 de junio de 2020. “Me dijeron que había fallecido por un paro respiratorio y que había pasado varios días entubado. Ya que no estábamos casados, nunca me avisaron de su situación, ni me dejaron visitarlo para despedirme de él. Su hija tampoco pudo hacerlo y ella, desde entonces, ha estado en una gran depresión por nunca haberse podido decir adiós adecuadamente” reflexiona la madre.
Tras confirmarse la muerte de la pareja de Lucrecia, el hospital presionó para poder trasladar el cuerpo al cementerio La Verbena en la zona 7 capitalina, donde los cuerpos de las víctimas de COVID-19 eran colocados en una fosa común. “Nos decían que teníamos tres horas para enterrarlo, pero no había ni para conseguir un ataúd. El murió a las 9 horas y para las 12 ya teníamos que enterrarlo. Por 9 minutos que nos pasamos, tuvimos que enterrarlo al día siguiente. Él pasó la noche en una bolsa dentro de una morgue” afirma Lucrecia.
En el cementerio, la despedida se convirtió en un momento aún más amargo. Lucrecia afirmó que “yo no podía entrar al cementerio debido a que no era un familiar directo. A mitad de camino para enterrarlo, nos pararon y nos dijeron que ya no podíamos acompañarlo. Hasta la fecha no he podido entrar y despedirme de él.”
Por otro lado, Lucrecia denunció que existe una mordida que los mismos guardias del cementerio piden a familiares si quieren ver a sus seres queridos en La Verbena. “Ellos piden dinero para poder entrar. La mayoría piden hasta Q600. Nadie pudo entrar a despedirse de él. Ni sus padres o sus hijos. Él traía el dinero al hogar y con la crisis actual que vivimos no puedo gastar eso, debo mantener a mi hija y a la casa.”