Desde que Amalia conoció a Jorge, él fumaba uno o dos cigarrillos al día. Para ella, no era nada extraño o incómodo. Venía de una familia de fumadores y estaba acostumbrada a respirar el humo de tabaco.
“Mi abuelo y padre fumaban más de una cajetilla diaria, así que cuando comenzamos a salir (con Jorge), no me molestaba en lo absoluto que fumara”, comentó Amalia.
Aunque no tenía problema con su vicio, Amalia le había dejado claro desde el inicio de su relación que si quería fumar, lo hiciera afuera y lejos de donde ella pudiera respirarlo.
Dos años de noviazgo después, la pareja contrajo matrimonio. Las reglas permanecían, ahora Jorge debía intentar dejar el cigarro. “No queríamos que nuestros hijos tomaran el ejemplo o respiraran el humo”, mencionó.
Para Jorge, fue muy difícil dejar el hábito que había forjado desde muy joven. Pero, con ayuda de Amalia, lo estaba logrando. Todo iba bien para la joven pareja, pero una noche, cambió su futuro como familia.
“Comencé con síntomas de una alergia normal, pero una noche desperté y no podía respirar. Sentía que mi garganta se cerraba. Los ojos me lloraban”, contó Amalia.
De inmediato, la trasladaron a un centro de salud cercano. El doctor le indicó que había tenido una reacción alérgica muscular a algún componente o producto de la misma alergia.
Amalia mejoró y con los días parecía que nada hubiera pasado. Sin embargo, comenzó a toser de vez en cuando y cada vez se hacía más notorio.
“Me preocupé cuando mi hermana llegó de visita y me dijo que tomara algo, que ya era demasiada mi tos”, comentó.
Era algo involuntario, pero los días pasaban y a pesar de tomar jarabes, la tos no se iba. La pareja consultó al neumólogo, quien de inmediato pidió la opinión de un oncólogo.
Un año después de la boda, Amalia había sido diagnosticada con un cáncer de pulmón no microcítico en etapa 0, es decir, limitado a la capa que recubre las vías respiratorias.
De acuerdo a sus médicos, el cáncer era producto de la constante exposición y respiración del humo de tabaco. Amalia siempre fue una fumadora pasiva o involuntaria.
“Jorge se sentía culpable, pero yo siempre supe que haber crecido en un hogar lleno de fumadores iba a cobrar factura algún día”, agregó.
Debido a que el cáncer no había invadido con profundidad el tejido pulmonar era tratable. El primer paso era limpiar el hogar y deshacerse de los cigarros.
Jorge no quería ver a su esposa morir, así que contribuyó y se comprometió con el tratamiento al 100 por ciento. Ver a Amalia enferma fue suficiente para que dejara el cigarro.
Aunque la pareja aún está determinando qué clase de tratamiento tratará el cáncer, sus planes de formar una familia quedaron estancados.
“Es triste, obvio, pero es tratable y estamos agradecidos con Dios porque lo detectamos a tiempo para combatirlo sin mayor daño”, finalizó Amalia, quien mantiene una actitud positiva hacia la enfermedad.
Para ella, es importante que su esposo no se sienta culpable, también utiliza su situación para concienciar en él y en sus conocidos, de los peligros de fumar activa o pasivamente.
¿Quién es el fumador pasivo?
El fumador pasivo o involuntario es quien respira el humo del tabaco que exhalan otras personas al fumar un cigarrillo o puro.
Este humo es mucho más perjudicial que el que inhala el fumador, ya que contiene mayores concentraciones de sustancias dañinas.
Los fumadores pasivos presentan cuadros clínicos similares a quienes fuman con frecuencia, tales como afecciones respiratorias, cardíacas, otorrinolaringológicas e incluso desarrollo de distintos tipos de cáncer.
Las posibilidades de desarrollar una enfermedad dependen de factores como la cercanía con el fumador, el tiempo de exposición, la edad o incluso, la suerte.
“Personas así como mi padre, fumaron toda su vida en grandes cantidades y jamás tuvo ni una gripe, mucho menos un cáncer”, agregó Amalia.
En cuanto a la edad, se ha comprobado que los niños son los más vulnerables a los efectos del humo de tabaco.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que alrededor de 250 millones de los niños, que viven en el mundo actualmente, van a morir por causa del tabaco.
En cifras, los fumadores pasivos tienen el 35 por ciento más de riesgo de padecer cáncer broncopulmonar y 25 por ciento más de un infarto.
Los fumadores involuntarios también pueden desarrollar enfisema pulmonar, neumonía, bronquitis, asma y obstrucción de vías respiratorias. Además, de irritación en los ojos y nariz.
En Guatemala, el decreto 74-2008 establece los ambientes libres de humo de tabaco para los no fumadores.
ARTICULO 3. Prohibición expresa. Se prohíbe fumar o mantener encendidos cualquier tipo de productos de tabaco:
a. En cualquier espacio de lugares públicos cerrados.
b. En cualquier espacio de lugares de trabajo.
c. En cualquier medio de transporte de uso público, colectivo o comunitario.
Los ambientes contemplados en dicho decreto deben estar señalizados para que sea visto por quienes fumen y los no fumadores.
Quienes incumplan el artículo tres del decreto, se les sancionará con una sanción pecuniaria equivalente a diez (10) salarios mínimos diarios para actividades agrícolas.
Los fumadores pasivos deben hacer valer sus derechos y pedir amablemente a quienes fumen cerca de ellos, que lo realicen en ambientes abiertos y lejanos.
Fotos: Oncosalud, Nicorette.