Algunos de sus clientes son parejas que buscan un espacio para compartir momentos íntimos, otros, viajantes que llegan a la capital para hacer negocios y solo quieren un lugar para descansar antes de volver. Sus dueños, empresarios que ahora tratan de hacerle frente a la caída de visitantes por la pandemia. René T., hoy solo quiere ponerse al día con el recibo de luz, juntar lo del pago de sus empleados y cumplir con el banco, con quien lleva dos meses atrasado.
Hace meses que los pasillos del “Hotel” se han quedado callados. El colgador de llaves en la recepción se mantiene lleno y en el tendedero de la terraza las sábanas no destilan el jabón y sudor de noches alocadas. Todo se detuvo, y no volvieron más. “Este encierro nos jodió”, reclama René.
Las 14 habitaciones se han ocupado tan poco, que algunas hasta les removieron las sábanas y las guardaron. Solo los cubrecamas mantienen la imagen del hospedaje, donde en sus buenos tiempos había que hacer cola para pasar un par de horas o mitigar el cansancio de un día de trabajo en la gran ciudad.
Tan poca es la afluencia al negocio, que debió recortar su planilla ya dos veces. Limpieza, seguridad, recepción se volvieron turnos únicos, donde sus hijos han entrado a cubrir las labores diarias para salvar el negocio. “Para ahorrar tuve que dejar ir a cuatro personas y así poder salvar el trabajo de otras seis o las cuentas no iban a salir”, asegura.
Lázaro, el encargado de limpiar las habitaciones y uno de los que sobrevivió a la limpia, ahora tiene poco que hacer. Previo a la pandemia sus días comenzaban a las 5 de la mañana, cuando los primeros huéspedes abandonaban el hospedaje. “Tenía que ir a ver que todo estuviera bien, que no dejaran nada roto o se llevaran algo del cuarto”, recuerda. Pero, ahora, las 5 se convirtieron en las 7, pues ya nadie sale y muchos menos entran. “Con suerte viene una pareja al mediodía y se está un rato y se van”, lamenta.
Para René, el propietario, desde que comenzó la pandemia el negocio ha venido a menos. Primero fue el miedo a la enfermedad, luego el encierro y ahora las medidas del presidente lo que nos está acabando. “Ya no viene gente del interior a quedarse y los que vienen solo lo hacen por un rato y usted sabe que la tarifa no es la misma”, asiente.
Hoy, René lucha por juntar el dinero para pagarle a sus empleados, dejando por un lado otros compromisos como el pago de servicios. Los recibos de la energía eléctrica se apilaron y en días recientes se vio obligado a ir a la Empresa Eléctrica para negociar un convenio de pago. “Habían dicho que las facturas se iban a dividir en un año, pero nos avisaron que solo sería entres meses y si no solventábamos la situación, la vendrían a cortar”, reniega.
Desde la caída de sus ventas, en marzo, el recibo de abril se pospuso. Uno a uno los recibos de pago se quedaron esperando y la prioridad fue pagarles a sus trabajadores. “Pensé que era mejor pagarles a ellos, pues mandan dinero a su tierra para sus familias y si aquí estábamos así imagínese allá”, afirma. Incluso la factura del servicio de cable, que incluye un canal para adultos, la ha tenido que “jinetear” para no dejar a sus “muchachos” sin paga.
A decir de René, aunque el presidente haya abierto parcialmente la economía, las cosas no van bien. Según sus estimaciones la ocupación diaria de su negocio ha caído en un 90 por ciento. “Antes manteníamos aguas y cervezas para los clientes en el refrigerador, pero ahora no hay ni para eso”, asegura.
Y aunque ha tratado de mantenerse a flote, poco a poco ha cerrado áreas del hotel para salvarlo de los bancos. “Tengo varios préstamos que debo pagar y si no recortaba gastos, no había forma de hacerlo”. Las primeras en abandonar la operación fueron la cocinera y su hija, quienes vendían comida a los huéspedes, pero a partir de abril la cocina del hotel se cerró por la falta de ventas.
Junto al personal, los ahorros de Rene poco a poco se van desapareciendo. La libreta que guardaba el registro de fondos, para cuando les dejara a sus hijos el negocio, cada vez tiene menos dígitos antes del punto. “Estoy tratando de guardar un poco para poder pagar a los trabajadores que quedan, pero si esto no cambia, seguro se va a vaciar la cuenta”, alega con la voz entrecortada.
Con cada mensaje del presidente, la esperanza de René se desmorona y en otras ocasiones no queda nada claro. Cada vez que el señor habla, asegura René, espero que diga que ya va a abrir todo para que podamos seguir trabajando. “Que nos deje trabajar y que deje que la gente comience a venir para reactivar esta babosada, es que ya no se puede más”.