La idea rondaba por su cabeza como un ratón en su jaula, la situación cada día era más complicada, los gastos eran mayores y el trabajo era menos, pedir un aumento podría significar un despido.
Durante cinco años trabajó de mesera de una cafetería en La Mesilla, Huehuetenango. De vez en cuando las penas de su familia se le olvidaban cuando lograba darse una escapada hacia alguna parte de México, pero luego la situación volvía. La respuesta a todo parecía estar cerca, cuando uno de los clientes le ofreció llevarla a Estados Unidos por Q50 mil.
Reunir la cantidad era difícil, pero la solución parecía la mejor, entonces tomó la decisión de empacar la poca ropa que tenía y emprender el viaje hacia “el sueño americano”.
Quince años después, tres hijos y un divorcio, Maribel no piensa en regresar. Siente a Estados Unidos como su nuevo hogar, aunque sus sueños han quedado solo en su mente. De sus papás sabe solo lo necesario cuando les llama por teléfono una o dos veces por semana.
Su trabajo no ha cambiado desde su partida, aún trabaja en una cafetería en Chicago y los fines de semana realiza viajes en una camioneta que compró hace cinco años.
Un reciente estudio de la ONU demostró que las mujeres envían un mayor porcentaje de remesas que los hombres, sin embargo se enfrentan a políticas laborales más restrictivas.
“Durante mis primeros años aquí tuve que trabajar de lo que encontraba, en mi primer trabajo formal mi jefe intentó abusar de mí. No pude denunciarlo porque si eres ilegal no tienes derechos, eres un don nadie”.
En su brazo derecho, Maribel tiene una cicatriz que le recuerda su travesía en “la bestia”, pero también las noches de angustia por no saber nada de sus papás. “Mi vida no está alejada de lo que antes era, este no es el sueño americano, es una jaula”.
Tras sus primeros años en Norteamérica, conoció a James, el papá de sus hijas. “Cuando vine, la señora que me rentaba el cuarto me aconsejó que me casara con un estadounidense para tener mis papeles. Me apresuré tanto que tomé una mala decisión, fui víctima de violencia doméstica por casi cuatro años”.
Durante el Gobierno de Barack Obama, Maribel obtuvo sus papeles como ciudadana gracias a su hija menor Karla, quien nació con discapacidad y no podía andar. Su papá las abandonó y no quiso reconocerlas, aunque por haber nacido en Estados Unidos eran ciudadanas, sin embargo, el miedo de su mamá era que algún día “la migra” las separara. “Antes de obtener mi residencia, caminar en Estados Unidos era como pisar un campo minado”.
Las raíces no se olvidan, en su armario aún conserva las fotos de sus papás y de su familia. De vez en cuando se le escapa una lágrima al recordar su tierra y familia. En su cocina nunca faltan las tortillas aunque sea “las de bolsa”.
En todo el mundo, más de 46 mil migrantes han perdido la vida a lo largo de las rutas migratorias, desde el año 2000.
“Todo es peligroso durante el viaje, cada momento es vital para sobrevivir. Significa poner tu vida en manos del coyote a quien no conoces. Durante mi travesía observé que cuando alguien ya no podía caminar lo dejaban tirado como basura, cómo la migra nos trataba como animales”.
En el lugar donde vive comparte residencia con Magdalena, una chilena que también iba en búsqueda de una “vida mejor”, sin éxito. Semanalmente envía dinero a su mamá y hermana para que puedan sostenerse.
“Las mujeres funcionan en su mayoría como jefas del hogar, abastecedoras de sus casas aunque sus trabajos sean más marginados y sufran discriminación”, dice Alejandro Huertas, experto en el tema de migrantes.
Ambas historias tienen un trasfondo, las dos iban en búsqueda de un sueño. Durante mucho tiempo no contaron con ninguna protección, abusaban y aún abusan de ellas, pero al carecer de papeles no pueden reclamar sus derechos.