La alarma suena a las 3 de la mañana todos los días, “hay que correr para agarrar una carreta”. Juana madruga diariamente para conseguir su carreta de chéveres y vender en las procesiones. Ella, al igual que los fieles, acompaña a la procesión, pero no para disfrutar de su recorrido sino para vender y obtener un ingreso en Semana Santa.
“La carreta ni siquiera es mía, es de otro señor que nos da comisión por vender los chéveres, y si no llego a tiempo no puedo tener una carreta”. Juana vive en la zona 3, cerca del puente El Incienso, dice que el papá de sus hijos la abandonó por conseguir “el sueño americano”.
“Lleve sus chéveres a 5”, grita durante todo el recorrido, mientras los “hermanos” de la cofradía le dicen “muévase que aquí pasa la procesión y obstruye el paso”. Junto a ella otro par de vendedores lucha por conseguir “la venta” que les salve el día.
Muy rara vez puede parar y descansar, junto a ella van sus 2 hijos pequeños Dionicio y Mario, quienes cada vez que pasan los vendedores de chupetes, se saborean de las ganas. De vez en cuando les puede comprar uno y ellos son felices.
Comer es algo complicado, si no son chéveres es alguna tostada o algo, de lo contrario no puedo tener las ganancias que “el dueño” le pide. En ocasiones, los feligreses les regalan la comida.
Cuando “le va bien” vende alrededor de 100 o 120 panes, pero hay días en los que apenas le sale para darle la cuota al dueño. Juana no tiene con quién dejar a sus hijos y juntos recorren cuadras para ofrecer su producto.
Hay quienes los maltratan y la tachan de “inconsciente”, en otros despierta lástima y compran porque “pobrecitos, no tienen qué comer”. Juana dice que tiene esto como “un ingreso extra” porque no tiene un trabajo fijo, a veces hace limpieza en casas, pero no es de todos los días.
Y es que según un estudio elaborado por Mario García Lara, Luisa Fernanda González, Ana Luz Castillo Barrios y Julio Solórzano Foppa, la Semana Santa generó Q1,675 millones de ingresos, tanto en el mercado formal como en el informal, en el 2017.
Su profesión, sin duda no es fácil, soporta sol, frío y largos recorridos, a la par de sus pequeños niños, quienes no pierden la esperanza de que les vaya bien. Por eso, cada cuadra es importante, dice que no es bueno “ir hasta adelante”, pero tampoco “atrás” porque los clientes “no le compran”.
Su jornada empieza desde muy temprano y termina de madrugada. Junto con la imagen de Jesús y María recorre las calles en búsqueda de un milagro que le salve el día. Pide que al día siguiente le dé fuerzas para madrugar y conseguir una carreta para seguir vendiendo.
Así como los cucuruchos van de un lado a otro llevando a Jesús en hombros, así va ella, empujando su carreta de chéveres y buscando a su próximo cliente.