A Jesús el brillo de sus ojos se le apagó lentamente
Aquel doctor pediatra activo, que todos conocían y querían, y que tuvo que graduarse en medio del peligro que implicaba el conflicto armado interno, tomó una de las decisiones más difíciles que un ser humano hace. Quitarse la vida.
Tres años en la cárcel, acusado de un delito que aún el MP no le había comprobado, con un pequeño hijo de 4 años de edad que padece de una enfermedad grave, y sin poder trabajar para costear los gastos familiares, lo venció la desesperación, la depresión y la ansiedad.
El encierro hizo que a su vida llegaran esos síntomas psicológicos y físicos que, muchas veces, el ser humano no resiste a pesar de recibir tratamiento.
El Doctor Jesús Oliva, sin embargo, hizo muchas veces el intento para no darse por vencido.
Sin un centavo en la bolsa, ni en el banco, donde no tenía más que Q3,500 al momento de su captura, trabajó hasta el último momento.
Para ganarse el sustento de su familia, montó un pequeño puesto de granizadas y tacos dentro de prisión.
Se ponía, sin ninguna pena su gabacha, y junto a su esposa atendían a quien se acercaba a comprar o llevaban la comida a cualquiera de las carpas que se le requería.
Un hombre de fe. Cuando personas ajenas al Mariscal llegaban a predicar el evangelio, Jesús se sentaba en primera fila para escuchar. Incluso pasaba a que oraran por él y su familia.
Pero algo comenzó a fallar en él, dice una de las personas que lo conoció.
Su semblante comenzó a ponerse triste, y sus ojos perdieron el brillo, incluso cuando regresó del hospital Federico Mora, tras ser internado por una crisis, regresó muy raro.
El Doc como también le decían, comenzó a sentirse mal, a llorar y tener fuertes dolores de cabeza. Entraba en desesperación. Aún así las autoridades le denegaron la prisión domiciliar.
De Chusito, como lo conocían sus amigos, se habla muy bien.
Sus amigos, alumnos y ex alumnos, así como otros médicos, dicen que era muy alegre, que siempre tenía un consejo que darles.
Lo estimulaba a ser mejores profesionales y compartía con ellos en las aulas.
Dicen que lamentablemente le tocó estar en un mal momento y lugar cuando lo acusaron a él y otros miembros de la Junta Directiva del IGSS de haber otorgado un contrato a una empresa farmacéutica que no dio una atención adecuada a personas enfermas renales que fallecieron. Él era representante de la facultad de Medicina.
Pero Jesús estaba comprometido con su profesión de médico, y quienes lo conocieron lo sostienen. Incluso los escritos de Jesús reflejan el amor a su profesión de servicio como médico.
La ansiedad es una enfermedad psicológica que presenta síntomas como preocupación, inseguridad, miedo, dificultades para pensar. Físicamente la persona presenta signos de sudoración, tensión muscular, palpitaciones, taquicardia, temblor, molestias en el estómago, dificultades respiratorias, dolores de cabeza, tartamudea, llora, se queda paralizado.
Una de sus publicaciones en las redes sociales, subida por un amigo en septiembre de 2016, hizo una remembranza de los momentos más difíciles que pasaron cuando él y sus amigos médicos realizaban sus prácticas médicas en los hospitales públicos en el conflicto armado interno.
Entonces ellos cuidaban a los niños sin equipo y trataban de salvarles la vida.
Desde entonces tuvo un largo recorrido en su vida profesional, hasta que llegó a ocupar el cargo de decano en 2010 en la facultad de medicina por dos periodos.
Si Jesús hubiera sabido como lo despedirían sus amigos, la facultad de Medicina y alumnos, ex alumnos, quizás no hubiera tomado esa última decisión en su vida y se hubiera dado por enterado que no estaba solo.
Una de sus alumnas dijo de Jesús que él fue de los pocos médicos que le dio su lugar como mujer, estudiante y profesional de la psicología en el hospital San Juan de Dios.
