Maltratos, insultos y malas miradas es lo que reciben de manera constante los guardias de seguridad en los residenciales o condominios donde trabajan. Ellos pasan desapercibidos para muchas personas y nadie se percata del trabajo duro que enfrentan día a día.
Para Mario Román, ser guardia de seguridad es un trabajo difícil, puesto que siempre debe lidiar con insultos o gestos de desagrado de los vecinos. “Yo trabajo de guardia desde hace seis años y me ha tocado que aguantar muchas cosas sin sentido que los vecinos se quejan”, indicó.
De los inconvenientes más recurrentes que ha sufrido es con las personas que no pagan seguridad, puesto que ellos tienen órdenes de abrirles el portón únicamente a los que cancelan su mensualidad de mantenimiento, de lo contrario, los propios vecinos deben hacerlo. “Una vez una señora me gritó fuerte, me dijo hasta de qué me iba a morir. Lo peor es que no puedo decirle nada sin ofenderla, porque es mi trabajo el que pondría en juego”, aclaró.
Los turnos también son matados para ellos; deben pasar 24 horas en su puesto, siempre vigilando que todo esté en orden y avisando cada dos horas con un gorgorito, que la seguridad sigue despierta velando por la tranquilidad de la colonia.
En varias ocasiones ha recibido regaños y llamadas de atención de sus superiores. Incluso han existido casos en los que los vecinos mienten o exageran la situación. “Una señora me acusó con la empresa de seguridad diciendo que yo le dije que era una cualquiera y que no quise abrirle el portón de la colonia porque era una pobretona. Jamás le dije eso, solo que no podía abrirle el portón porque era un servicio con el que ella no contaba”, expresó Mario.
Para otros, algunos condominios les prometen que les darán alimento, turnándose por casa, pero la realidad es otra. “Cuando entré a trabajar me dijeron que no me preocupara por mi comida, que cada día alguien se iba a turnar para darme aunque sea unos frijolitos. Aunque la verdad seño nunca me dieron nada”, contó Pablo Juárez, guardia de seguridad hace diez años en un condominio.
A Pablo no solo le ha tocado aguantar malos gestos de los vecinos, sino, que le toca soportar las humillaciones de ciertas empleadas de servicio. “Un señor que vivía antes aquí, me llevaba el sábado un plato de almuerzo, pero cuando no podía salir lo mandaba con la encargada de la limpieza. No sé si ella me odiaba, pero salía con la comida y cuando ya estaba cerca accidentalmente se le caía, me decía. Pero esto pasó por mucho tiempo”, dijo Pablo.
Sin embargo, la prepotencia de ciertos condominos llegan al extremo, no les importa solo humillarlos, ya que se atreven hasta de amenazarlos con pistola. “En una ocasión, un señor me mostró el arma, solo porque le indiqué que ya no podría abrir el portón por su pago atrasado en el mantenimiento. Me asusté, pero me hice el fuerte para no demostrar miedo”, contó Juárez.
A pesar que su labor es un poco complicada, Pablo Juárez se levanta todos los días con una sonrisa en el rostro, para él poder servir a los demás es un privilegio, también un precio que en algún momento puede ser desagradable “yo me aguanto y trato de dar lo mejor de mí”. “En el tiempo que llevo no se han robado nada gracias a Dios. Mis padres siempre me enseñaron ser humilde y esa misma humildad me ha permitido llevarles siempre el pan a la mesa a mi familia”, expresó.