Las extorsiones hacia los buses urbanos son un tema delicado en nuestro país. Cada vez son más las víctimas de la delincuencia, lo que ha llevado a los pilotos y ayudantes a sentir miedo por sus vidas. Aún así, es el único sustento que tienen para ganar dinero y mantener a su familia.
Andrea Ruiz, una joven de 20 años, que utiliza el transporte urbano todos los días para llegar a su trabajo y regresar a su casa. Aborda tres buses y se tarda alrededor de dos horas para llegar a su destino.
“Ese día iba tranquila, camino a mi casa y cansada, recuerdo que fue un día antes de un feriado, porque al parecer le habían dado puente a mucha gente porque la camioneta iba vacía”, señaló Andrea.
Como caso extraño, la ruta 23 del Milagro iba vacía; unos 20 a 30 pelones eran los que hacían escándalo entre risas, llamadas por teléfono y pláticas. Andrea iba sola, como todos los días tanto de ida como de regreso.
El tráfico estaba imposible y pensó en bajarse del gran bus rojo para emprender el camino hacia su hogar, pero decidió quedarse. Estaba agotada, el viernes siempre ha sido duro para Andrea, así que cerró los ojos por un largo rato.
“Yo me desperté, dormí tal vez unos 20 minutos y si mucho, habíamos avanzado dos cuadras. A pesar de que a la gente le habían dado el viernes, no entendí por qué había tanto tráfico”, indicó la joven.
La adrenalina del miedo
Y fue así que Andrea y varios pasajeros notaron que un joven con una chaqueta negra gruesa, gorra blanca sucia y con una mariconera, subió al bus. ¿Por qué se subiría? Era más fácil y rápido caminar que subirse a una camioneta. La joven se dio cuenta que el número de pasajeros había disminuido, puesto que se habían aburrido de tanto esperar.
El joven no se sentó, se acercó directo al piloto, “ah es su cuate”, pensó Andrea, pero el piloto comenzó a alterarse y su voz se volvía más chillona. El ayudante estaba también alterado y los pocos pasajeros que se encontraban en el bus comenzaron a poner atención a lo que sucedía al inicio del bus.
“Fue tan rápido que no pude procesarlo en mi cabeza. Cuando sentí, el tipo le disparó tres veces al piloto y uno al ayudante. Casi todos se bajaron y yo me quedé congelada”, comentó Andrea.
Andrea vio todo puesto que iba a unos pocos lugares atrás. El hombre volteó a ver a los que quedaban en el bus y se bajó corriendo y nadie vio para dónde se fue.
Dentro y fuera del bus, la gente llamó a una ambulancia y a los pocos minutos llegaron. Bajaron a todos los pasajeros y algunos policías interrogaban a testigos.
Colocaron una manta blanca sobre el piloto, él había fallecido.
“Nunca en la vida me había pasado esto, creí que el tipo iba a dispararnos. Llegué a mi casa, le conté a mi mamá y lloré. Siempre recuerdo ese día y me pongo a pensar en la pobre familia del piloto”, expresó la joven.
En el 2017, hubo ataques a pilotos de buses urbanos y extraurbanos en la ciudad de Guatemala. Según la Fiscalía de Delitos contra la Vida del Ministerio Público fueron 13 personas heridas y 14 fallecidas.
Día a Día, la violencia incrementa en nuestro país. Nadie se salva, todos vivimos en un constante miedo de no regresar a nuestras casas.