Un paseo familiar en Navidad por lo largo de la Calle Madero, en la Ciudad de México, fue una perfecta antesala para el gran zócalo de la capital mexicana. Un día que lo único singular era pasar las fiestas navideñas en el extranjero.
Cinco guatemaltecos caminando entre la inmensidad de la CDMX. Edificios altísimos, una cantidad de gente impresionante y una Reforma que cruzaba perfectamente el camino hacia la plaza principal del país.
En México es común encontrar restaurantes en un segundo o tercer nivel. Unos antojitos mexicanos estuvieron perfectos para la hora de almuerzo. Todos pedimos nuestros platillos y justo antes del primer mordisco me interrumpió un sonido nuevo.
Incesante y estremecedor. Todos los guatemaltecos en la mesa nos volteamos a ver con un rostro de confusión, mientras, el resto de restaurante entró en pánico y buscaba la salida con miedo de que se repitiera una tragedia. “Salgan por favor, es la alarma sísmica, evacuen con tranquilidad”, insistía el mesero mientras mi cabeza no dejaba de pensar en que no estaba temblando y por qué tanta preocupación.
¿Qué rayos está pasando?
Un sismo con magnitud de 5,0 a 5 kilómetros de Acapulco (al menos a 297 km. de la Ciudad de México) fue suficiente para recordar esos catastróficos momentos durante el último terremoto. Sin embargo, no se sintió nada de movimiento en donde me encontraba y seguía sorprendido por el escándalo, todo esto mientras esperaba instrucciones en medio de la calle frente al edificio.
Tras 20 minutos, los cuales mi familia y yo no sabíamos qué hacer, uno de los meseros nos indicó que ya era seguro ingresar al restaurante de nuevo. Entrando, noté varios detalles que al ingresar no me percaté. En todos los pisos había un cartel con plan de evacuación junto a un extintor. Algo que confirmó mi sorpresa fue ver el mismo rótulo a cada lugar que iba.
No solo era el simple hecho de que tenían un letrero, no importaba si era un pequeño local o un rascacielos, podías verlo con facilidad. Por simple curiosidad pregunté a un mesero qué hacer si había una réplica del sismo y me dijo que solo siguiera las instrucciones, ya que la ciudad se ha preparado con simulacros desde el catastrófico terremoto del 19 de septiembre.
Estamos muy atrás
Tras meditar un poco de aquella escena, me di cuenta lo poco preparada que está Guatemala de un sismo grande. Yo, demostrando lo que hice en aquel sismo en México, soy de aquellas personas que simplemente espera a que pase el temblor y que se ríe de las personas que publican “¿tembló?” en sus redes sociales.
¿Qué pasaría si en una de esas pesadillas hechas realidad ese “temblorcito” no pasa? ¿Y si se vuelve más fuerte? Los únicos lugares que te dicen qué hacer en uno de estos casos son los colegios, pero a medida que uno crece no existe esta preocupación.
A diferencia de México, no contamos con una alerta sísmica que nos ponga al tanto de lo que se viene. Si lo piensas bien, México tenía 32 años sin tener un terremoto. Guatemala lleva 41 años sin un terremoto catastrófico. Seguimos sin preparación, cultura y actitud para sobrellevarlo. Porque seguimos haciendo dos cosas: esperar a que se pase y reír mientras o entrar en pánico sin saber qué hacer.
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