No olvido mi pasado. Cuando tenía ocho años llegó un ángel guardián a mi vida y hoy me inspira para hacer lo mejor dentro de la duela. Vencimos a los Cleveland Cavaliers en el segundo juego de la final y la prensa me señaló como héroe de mi equipo porque guié la victoria. El recuerdo de Big Chuck ensordece los aplausos de felicidad de los aficionados y me siento pleno.
A mis 28 años he vivido muchas cosas duras y varias satisfacciones personales y profesionales. Días como hoy, en los cuales termino largas jornadas de esfuerzo y comienzo a enfocarme en otros retos, miro hacia atrás en mi vida y comprendo que usar el dorsal 35 es mi mejor amuleto.
Aunque muchos no lo crean, mi primer y mayor MVP en la vida, ha sido mi madre Wanda. Ha sacrificado tanto y me alentó suficiente para anhelar dedicarle mis mejores momentos. Me convirtió en una persona generosa y humilde.
Soy fiel creyente y seguidor de Jesús por lo que todo lo bueno que me pasa, se lo dedico a él. Los tropiezos también los agradezco porque sé que me sirven en la madurez que necesito para el deporte que practico y me apasiona. Siempre llevo conmigo una biblia y constantemente aclaro que no soy perfecto.
Big Chuck fue mi amigo, mi ejemplo a seguir y mi padre, aunque no me engendrara. Estoy seguro que con mis actuaciones en la cancha se siente orgulloso. Siempre me apoyó porque supo que mi sueño era el que estoy viviendo. Seguro su confianza en mí lo hizo creer que sería el mejor del mundo y me dio esperanzas para actuar.
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Desde que tengo 11 años entendí que mi altura lejos de ser un problema, sería prometedora para el deporte que me apasionó por mucho tiempo; me lo dijo varias veces mi abuela Bárbara, pero las bromas de mis amigos me acomplejaron en varias ocasiones. Recuerdo cuando anoté aquellos 18 puntos con Jaguars en la segunda parte de la final del campeonato; allí supe que la NBA estaba escrita en mi destino.
Todas las universidades comenzaron a verme de reojo. No tardé mucho tiempo para recibir algunos reconocimientos como el Oscar Robertson y Adolph F. Rupp. ¡Vaya días, jamás podré olvidarlos! Comenzó una aventura que no termino de comprender, pero disfruto al máximo.
Dicen las buenas lenguas que fui el primer jugador en ser nombrado máximo anotador en la fase regular. Tenía 21 años cuando finalicé la campaña con 30,1 puntos. ¡Si, nada mal para ser aquel joven de barrio y accesos limitados!
Poco a poco los medios comenzaron a mencionar mi nombre. Kevin Durant es el mejor en esto y en aquello, jamás perdí el suelo. Este fin de semana no fue una excepción y me elogiaron porque ni Lebron James pudo invertir los papeles y darle una alegría a los Cavs. Hemos ganado los dos juegos disputados y confiamos en que nos quedaremos con el máximo reconocimiento de la temporada.
No solo yo llevo sobre los hombros al equipo. Por ejemplo, Klay Thompson asfixió a los rivales con su intensa acción defensiva y Stephen Curry celebró su primer triple-doble en unos play-offs. Todos vivimos al límite esta victoria, significó mucho porque nos acerca al sueño.
Siempre me ha gustado unirme al festejo que ocasionan los éxitos de mis amigos y compañeros. Soy alguien a quien le gusta compartir y, por eso este triunfo, lo saboreo con un exquisito sabor junto a las personas que me rodean.
No me queda más que esperar el próximo miércoles para volver a enfrentar al equipo donde James quiere hacer historia. Estoy, estamos enfocados en hacer lo mejor y quedarnos con el tercer juego sin complicarnos de más. Será un duelo lindo que marcará el destino y dejará huella en los aficionados que esperan un nuevo título.