Recuerdo la primera vez que fuí al estadio para ver jugar a Municipal. El clima estaba templado y muchos aficionados desde los graderíos coreaban porras para animar al equipo. La mayoría de jugadores de aquel momento han colgado los botines, pero su entrega y talento siguen vigentes en la memoria de los conscientes sobre lo que pasó en los noventas.
Tenía puesta una camisola roja que me habían comprado mi cuñado y mi hermana unos dos o tres días antes, pantalón de lona como acostumbro a vestir y un par de tenis que combinaban con el atuendo. Me senté en una de las gradas y comencé a sentir cierta ansiedad.
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El partido iba con el cero para ambos, pero los rojos habían generado varias jugadas de peligro. Poco a poco me cautivaron con la propuesta táctica. Municipal tenía claro el objetivo, sabía qué debía hacer para ganar y celebrar con su afición.
Tengo en la mente muy claro cuando el reloj marcó el minuto 23 del primer tiempo porque mi mundo se paralizó. Vi que la pelota entró a la portería del rival. No hubo alma que se quedara sentada. Me sentía plena, libre y me embargó una felicidad inexplicable.
Cerquita de mí estaba un señor vestido con una camisola similar a la mía, un pantalón y zapatos negros, con una gorra roja. Su rostro mostraba ya una edad avanzada y le costaba mucho acomodarse. Sus brazos y piernas estaban cansadas, pero eso no le impidió dar un zarpazo cuando se escuchó la anotación.
En ese momento comprendí que Municipal ha sido y es más que un club. El equipo del pueblo, la casa de muchas guatemaltecas y guatemaltecos. Sus futbolistas son los representantes de una institución que tiene 81 años de hacer historia, como pionera en muchos aspectos y hoy buscando el título liguero número 30.
El fútbol ha evolucionado y con el paso del tiempo hemos visto desfilar a varios jugadores, pero debo decir que esta generación ilusiona y estruja el corazón como me hizo sentir aquel grupo que conocí en mi primera visita al estadio. El partido contra Suchitepéquez en Mazatenango mostró una vez más que quieren terminar con la corona en mano. Cuando finalizó el juego en el Carlos Salazar Hijo recordé aquel instante y al señor que sin pensarlo o planearlo me hizo entender que al club se le ama, sigue y respeta aunque no todo sean triunfos y algarabía.
Tengo 28 años y no recuerdo haber vestido otra casaca con tanto orgullo. Portar los colores con la tranquilidad de conocer la historia y la grandeza que representan. Municipal celebró su aniversario este 17 de mayo con un importante triunfo en semifinales, que lo acerca a la meta. Además Claudio Albizuris llegó a 500 partidos y eso también me hizo temblar.
Su retiro me ha tenido melancólica en los últimos días, no solo porque es una excelente persona y ejemplar futbolista sino porque era el único vínculo que quedaba vigente entre aquella niña que tuvo un amor a primera vista y los rojos, porque era el enlace directo con mi papá, que tenía la manía de ver todos los partidos en la sala de la casa y con mucho volumen, hace muchos años. Con este adiós, mi mente me obligó a remover algunos recuerdos y volver a sentir los nervios que le producía a mi papá que no cayera el gol en los primeros minutos.
Vivir cada partido es como tener presente a “mi viejo”, a aquel aficionado que vi en las gradas y a las familias que han heredado el respeto al club rojo, que trascienden fronteras. El primer paso está dado, y para llegar a la línea de fondo aún quedan tres enormes retos y será fundamental el apoyo de todos los que sentimos al equipo al máximo, con las hebras más finas y profundas del corazón.
Estamos a nada de encender las luces, cerrar círculos y qué mejor que lograrlo con el primer lugar del campeonato. Un reconocimiento que dedicaría a mi papá. No me queda más que decirle ¡gracias, por enseñarme a vivir el fútbol y amar al mimado de la afición!
Por cierto, es parte de mi motivación para finalizar los cursos como entrenadora de fútbol.
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Fotografía CSD Municipal.