Durante seis meses los tenderos del Centro Histórico se enfrentaron a los peores extorsionistas. No llevaban teléfonos para coordinar el cobro, ni se valían de intermediarios para hacer efectivo el pago. Llegaban vestidos de negro, en bicicleta o autopatrulla y en menos de cinco minutos cargaban con las ganancias del día. Así vivieron 180 días, a manos de quienes debían protegerlos.
Carlos, un tendero de la 11 avenida recuerda el primer día que llegaron. Con actitud prepotente, con la ley de su lado y a bordo de un vehículo pagado con sus impuestos le ordenaron cerrar a las 4 de la tarde. “No se arriesgue manito, la multa es cara si no cierra a la hora que toca”, le dijo el oscuro agente. Y desde ese día, las visitas semanales se volvieron más frecuentes.
Apenas el reloj marcaba las 3:30 p.m., el ambiente en la pequeña tienda comenzaba a inquietarse. Eran días de calor y no faltaba un peatón que buscara una Coca o unos Tortrix en el local donde la sombra de un anuncio de FANTA aún se lee, pese a las capas de pintura barata que la tratan de engalanar.
Esta vez podría ser una maltrecha autopatrulla o una bicicleta, pero por el día y la hora algo era seguro. El policía llegaba a “pedir su tajadita”, recuerda “Chaly”. No tenemos una cuota fija, asegura, y para evitar que se lleven más de lo que puedan el dinero se esconde en la parte de atrás. “Dame lo que tengas en la bolsa”, le decía el policía. Y del roído pantalón, Chaly sacaba dos billetes de Q20 y un par de morados. “Es todo lo que tengo de la venta, ha estado bajo jefe”, le aseguraba al escuálido encargado de la seguridad pública.
A pocas cuadras de Chaly, doña Aury y su venta de bebidas y comida no la pasaba diferente. Una vez por semana la visita era igual, pero allí sus comensales también aportaban para la colecta del “Señor Agente”. “Si no aflojan los vamos a tener que llevar a la carceleta”, les dijeron a los clientes de Aury. Y sin más, todos pagaron.
De su delantal la sexagenaria sacó un puño de billetes. “Eran como Q200, para que me dejaran tranquila y no me cerraran el local”, asegura la mujer. El ritual se repitió durante los meses de privaciones y nadie hizo nada.
Una a una la mayoría de tiendas y comercios de la zona 1, eran visitadas antes de la entrada en vigencia del toque de queda. Y con la ampliación del horario, las visitas comenzaron a darse luego de la caída del sol. Pero, la constante, el cobro a los tenderos para poder trabajar sin problemas con la ley.
Nadie quiso denunciar, era mejor pagar y poder sacar un poco de dinero. Todos sabían que los agentes estaban destacados a un sector y abrir la boca podría traerles más problemas. “Mire aquí sabemos que decir algo es meterse en líos y con esos hombres es mejor no echárselos encima, igual pasan meses antes de que los cambien”, reniega Aury.
A pesar de que hay una línea telefónica para denunciar estos hechos, el 1574, “chillar” al extorsionista no es cosa fácil. “Cómo cree usted que ellos van a hacer algo si los que andan haciendo mañosadas son los policías”, Chaly el tendero.
Y aunque en el Ministerio Público la denuncias por extorsiones llegaron a 6 mil 186, los tenderos prefirieron callar y pagar. Sobre todo, porque sus vividores no son esos de la cara tatuada, del hablado cantado o de la ropa de Cholo. Sus victimarios son los bien vestidos, los uniformados, los que juraron cuidarlos y velar porque la ley se cumpla.
Hoy, con el cambio en las disposiciones presidenciales hay una luz de esperanza para otros tenderos como Chaly y Aury. Pero ya con el hábito inculcado, los señores de negro, que no son todos, algunos podrían no dejarlos en paz.