Doña “Cata” perdió todo, hasta la silla de ruedas de su esposo se quemó
Aquel día las llamas dejaron sin nada a Catalina Calderón, a quien de cariño le dicen doña “Cata”, ya que el fuego se llevó lo poco que tenía.
Ella no pudo correr a salvar sus cosas, pues a sus 68 años de edad las rodillas ya no le dan para moverse rápido.
Sus ojos llorosos veían cómo el fuego hacía cenizas sus trastos, ollas, sillas y mesa del comedor, hasta la silla de ruedas de su esposo, quien ya no puede moverse luego de haber sufrido un derrame cerebral.
Calderón llora al recordar que se quedó sin nada, pues no se explica cómo ocurrió el incendio.
Ese día, dice, había cocido frijoles en la estufa de leña y se aseguró de que el fuego ya no estuviera encendido, lo cual había hecho por muchos años de esa manera. Pero ella salió hacia el cuarto donde duerme con su esposo y al rato escuchó que los vecinos gritaban… “Fuego, fuego”.
La afectada es una mujer que vive en una casa de madera que la oenegé Hábitat para la Humanidad le fabricó, tras ver que vivía en condiciones precarias en una galera de lámina, la cual en el momento del incendio usaba para cocinar. En el sitio tenía su mesa, sillas, ollas, platos, ¡todo! Era donde comía con su esposo.
Calderón dedicó 37 años de su vida, hasta el año pasado, a ayudar a las maestras de prekínder y preparatoria del colegio Cobán, ubicado en el departamento del mismo nombre, a cuidar de los niños más pequeños.
Nunca tuvo hijos, por eso ella y su esposo no tienen quién los apoye.
Su esposo sufrió un derrame hace unos meses, que lo dejó sin poderse mover. “Gracias a Dios no estábamos allí, porque yo no lo hubiera podido sacar. Él no puede caminar y su silla de ruedas se quemó en ese incendio”, explica Calderón.
Aunque él recibe una pensión del IGSS, la cantidad que les llega sirve únicamente para comprarle pañales, pagar una terapista y adquirir algunos alimentos, relata.
“He recibido ayuda de trastos, pero no tengo dónde sentarme a comer, ni mis ollas ni nada”, indica con voz triste la afectada mujer.
“Al final no nos queda un centavito”, admite Calderón, a quien en el pueblo también conocen como la “Canche” o maestra “Cata”.
Hoy, su esposo está en una casa donde le dieron posada porque en el lugar quedó todo quemado. “Tengo que cocinar en el cuarto donde vivimos y tengo miedo, ese miedo que dejan la secuelas del incendio del que gracias a Dios viví para contarlo”, manifiesta.