Ligia tenía una vida normal, se dedicaba a dar clases y terapias a niños con autismo. Salía con sus amigos a fiestas, aunque se desvelaba y no se ejercitaba, esto nunca fue un factor para sentirse enferma, sin embargo, la situación pronto cambió.
La joven creía que su rutina diaria la agobiaba, ya que siempre se sentía cansada. También recuerda que durante meses necesitaba descansar más tiempo, que hasta se quedaba dormida viendo la televisión.
En el 2017, cuando manejaba para su trabajo nunca pensó que su vida cambiaría drásticamente esa mañana. Al llegar sentía un agotamiento físico extremo y no se concentraba. “Recuerdo que le dije a una colega que quería dormir y cuando volví a abrir los ojos ya estaban los paramédicos, me había desmayado”, cuenta.
Los paramédicos al examinarla notaron que sus latidos estaban más bajos de lo normal y ella se sentía confundida, con mucho hormigueo, por lo cual fue ingresada al hospital. El médico le dio la noticia de que el desmayo que había sufrido era una convulsión, al igual que cuando se quedaba dormida repentinamente.
Los síntomas invisibles
Los síntomas que pueden ocasionar los tumores cerebrales dependen de su tipo, tamaño, locación y etapa en la que se encuentren. Algunos de estos tumores en el cerebro que crecen paulatinamente pueden engrandecerse, incluso antes de presentar cualquier síntoma, debido a que raras veces hay hinchazón de los tejidos del cerebro.
Al investigar más sobre lo que le sucedía y hacer un encefalograma (es una prueba que se usa para detectar anomalías relacionadas con la actividad eléctrica del cerebro). A Ligia, le dijeron que tenía un tumor en el cerebro.
“Justo en esa época iba a viajar a México, así que cuando me dieron la noticia, le pregunté al médico y me dijo: ‘Sí, viaje ahorita porque no sabe si va a poder hacerlo después’, no recuerdo haber estado triste, pero sí preocupada”.
Debido a la noticia, su vida cambió y por recomendación médica debía ejercitarse, solo así se sentiría mejor antes de la operación. Así empezó su travesía para correr, porque se dio cuenta que su cuerpo reaccionaba mejor.
Pasaron cinco meses desde aquel diagnóstico y con el tiempo su cuerpo se debilitaba. Ya era momento de la operación, la cual duraba seis horas en la cual podía pasar cualquier cosa: desangrarse, quedar sin movilidad en sus piernas o morir. Ligia pasó cuatro días en el intensivo, al despertar el peor miedo de todos se hizo realidad porque no podía mover una de sus piernas.
Aunque aún había secuelas médicas no se rindió y, 20 días después, el movimiento de la pierna regresó, ese fue el primer paso para no detenerse. Tres meses después volvió a correr porque quería demostrarse a sí misma que podía conquistar un sueño y ahora más que nunca corría con el propósito de sentirse viva.
Primero fueron carreras cortas de 5 kilómetros, las cuales eran el entreno para la primera más grande que sería la San Silvestre con un tiempo de una hora y diez minutos. Ahora había una meta más grande: conquistar una carrera de 21 kilómetros. Aunque, Ligia jamás había corrido esa distancia y tenía tan solo seis semanas para entrenar, estaba feliz porque quería demostrarse que la terminaría.
El día llegó y con los nervios a flor de piel comenzó el sueño. Los primeros 13 kilómetros fueron fáciles, pero conforme avanzaba sentía dolor, pero ella no se rendía. En tres horas exactas cruzó la meta y fue su momento más feliz porque finalmente tenía su graduación de dos años de un proceso de sanación.
Aunque la lucha y el esfuerzo por mantenerse bien tanto mental como físicamente sigue, su vida es mejor en todos los sentidos. “Me cuido el triple, no ingiero bebidas alcohólicas, ni fumo. El deporte me ha ayudado a cuidar de mí misma y quererme. Al final, cualquiera que sea el desenlace de tu vida va a ser hermoso siempre y cuando tú decidas que así sea”, comparte.