“Mi historia no es algo sencilla, soy una mujer a la que la vida le ha costado mucho. Quedar embarazada y formar una familia era una de las cosas más importantes para mí, pero parecía no querer hacerse realidad. Desde siempre he tenido un fuerte descontrol hormonal, para ese entonces no ovulaba, producía andrógenos, tenía ovario poliquístico y pasé por cuatro inseminaciones artificiales, todas fallidas”. Así inicia la historia de Lucía Galindo, una mujer guatemalteca con una historia de vida sorprendente.
Las hormonas que inyectaban a su cuerpo le producían fuertes dolores de cabeza y cambios anímicos inimaginables. “Debo admitir que con mi esposo estábamos frustrados, no sabíamos qué más hacer, mis ganas eran inexistentes así que decidí dejar ir la posibilidad. Se acercó a mí, una amiga que era muy espiritual y me dijo que tenía un mensaje de Dios, que ya la ciencia había hecho todo, que era momento de dar paso a la fe. Poco tiempo después, a pesar de que me era imposible concebir, comencé a sentirme muy mal y tenía algunos síntomas de embarazo”. Lucía se dedica a la organización y montaje de eventos personales y corporativos, por lo que atribuyó su sentir al cansancio. “Recuerdo que durante un evento que planeamos me dio una náusea terrible cuando pasaron la comida, mi socia me dijo que seguro estaba embarazada y hasta me enojé porque le dije que ella sabía que para mí era imposible”. A pesar de ello, Lucía se realizó una prueba casera de embarazo, la cual resultó positiva.
En ese momento llamó al médico para que la recibiera, y efectivamente al ser revisada y realizarle un examen de sangre, la respuesta continuaba siendo positiva. “No lo podía creer, tanto tiempo esperando y cuando ya me había rendido llegó mi momento”. Junto a su esposo comenzaron a preparar todo para la llegada de su bebé. “Parece raro, pero tenía ya algunos años de comprar muchas cosas, cunas, incluso ropa.
Todo parecía estar de maravilla, hasta que a los seis meses aparecieron unos dolores anormales en el vientre. Cuando sucedió por primera vez, Lucía se encontraba en uno de sus tés de baby shower. “Me sentía fatal, llamé al médico y pensaron todos que estaba enferma del estómago y que tenía reflujo, pero luego de revisarme en repetidas ocasiones, descubrieron que tenía preeclampsia que es básicamente hipertensión gestacional que si no se controla puede llegar a un síndrome de Phelps que afecta las plaquetas y produce serias facetas de convulsiones”. Los doctores le dijeron que algo no estaba nada bien, que debía tener un parto inmediato y que los riesgos eran muy grandes.
Natalia tuvo un peso de 2.10 libras y midió 37 centímetros. “Nació el 14 de mayo de 2012, ese mismo día estuve bajo efectos de medicinas así que no la pude conocer. Al día siguiente llegó el doctor y nos dijo que no había esperanzas de vida para una beba tan pequeña. Su corazón tenía cuatro deficiencias de diferentes tipos; además, su sistema respiratorio no se había formado completamente”. Pero la noticia más fuerte fue cuando Lucía se enteró que los intestinos de su hija estaban podridos “estaban perforados, sus intestinos eran más delgados que un espagueti y estaban perforados, a punto de explotar”. Le explicaron que se tardaría tres días en salir de riesgo en su salud, pero que el problema era que lograra soportar esos tres días.
“El pronóstico era que mi hija se iba a morir, recuerdo que tuve una fuerte enemistad con Dios porque no podía creer que después que me había costado tanto, me hiciera pasar por todo esto. Recuerdo que en el pasillo del hospital me encontré a una pareja que me dijo que no llorara, que mi hija iba a estar bien, que ellos habían tenido un bebé prematuro y que habían logrado pasar todas las pruebas. Muchas personas formaron cadena de oración para mí, recuerdo que incluso llevé a la virgen de Fátima y a una amiga muy católica y durante los minutos que rezamos, abrió sus ojitos y en los monitores pudimos ver cómo aumentó su ritmo cardíaco y todo comenzó a funcionar. Eso era algo imposible, pues ella estaba sedada y solo mostró ese cambio cuando estuvimos orando por ella”.
Lucía asegura que gracias a las oraciones, su hija se mantuvo viva durante esos tres días. El cuarto día era momento de una nueva operación. “Tenía a una conocida que ese día fue al supermercado y se recordó que era la operación de mi hija, ella comenzó a rezar y en eso, una señora desconocida se le acercó y le dijo que esa bebé por la que estaba orando iba a ser sanada. Fueron tantos testimonios increíbles que sucedieron mientras pedíamos por su recuperación”. Al salir de la sala de operaciones luego de tres horas, los doctores salieron sorprendidos. “No sabían qué había pasado, pero tenía unos intestinos completamente nuevos.”
Lucía no lo podía creer, había terminado la batalla. Permanecieron algunos días más dentro del hospital. “Recuerdo que cuando regresamos a casa le llegaban a tocar guitarra y campanitas porque decían que eso era muy bueno para su desarrollo, también pude ir a un baby gym y a fisioterapia”. Lo cierto es que el duelo no había terminado. “Con el tiempo nos íbamos dando cuenta de ciertas cosas que no eran normales y que no cumplían con el tiempo establecido de desarrollo de un niño de crecimiento normal. Cuando cumplió un año y medio, mi guerrera fue diagnosticada con parálisis cerebral. Lloré durante una semana, me dijeron que iba a ser vegetal y que no iba a poder hablar, mucho menos caminar”.
Lucía nunca se rindió a pesar que los costos han sido inimaginables. “Desde tener que ponerle una inyección cada mes durante sus cinco primeros meses de nacida, hasta terapias con precios muy altos, únicamente por tres semanas..”.
Hasta ahora, Lucía sigue luchando junto a Natalia, ahora a sus 6 años baila ballet, corre, va al colegio y lucha todos los días por mejorar. “Sabemos que hay días muy difíciles y en los que podemos perder la esperanza, pero el amor nos ha hecho hacer cosas grandes y sabemos que tenemos a Dios que es nuestro mayor motor”.