Sus alumnos le tienen mucho cariño, su hijo la ve como una amiga, para su esposo es un apoyo y la Fundación Olímpica Guatemalteca (FUNOG) la considera una profesional cuando de dar clases de judo se trata. Claudia Pineda tiene 30 años y ayuda a niños de zonas vulnerables para salir de su conflictiva realidad.
Creció en la zona 6 capitalina. Ella es hija única pero compartió su infancia con primos y amigos en la casa de su abuela materna en largas tardes de juegos y tareas. En el colegio practicó fútbol y un par de veces el baloncesto, pero ningún deporte le generó tanta adrenalina como el judo. Cuando tenía 16 años nació su hijo Héctor. Tan solo dos meses después, Claudia comenzó a practicar la disciplina en una academia en el Parque Erick Barrondo, como hoy se le conoce. Su esposo ya impartía clases en aquel lugar.
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La carrera deportiva de Claudia duró alrededor de cuatro años. Participó en varios campeonatos departamentales, nacionales e internacionales, específicamente en El Salvador. Sus resultados le permitieron acumular decenas de medallas que hoy tiene guardadas en un cajón junto al recuerdo de aquellos años, en donde su vida dio un giro de 180 grados. Se volvió disciplinada, respetuosa y ha aprendido a controlar sus emociones; valores que quiere transmitir a su grupo.
Con el paso de los años, la bachiller en Ciencias y Letras ha coleccionado varios momentos en su memoria. Altas y bajas que marcaron su paso por el tatami como atleta, entrenadora y como árbitro del deporte.
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Lo más lindo ha sido dirigir a mi hijo cuando está compitiendo y ver a mis niños ganar medallas, alcanzar sus metas.
Su faceta como instructora inició durante un curso de vacaciones en el mismo lugar donde ella entrenaba. Luego impartió cursos del deporte en la Escuela Politécnica y años más tarde llegó a la Federación de Judo. Ahora pertenece a FUNOG.
Se ha instruido en temas deportivos durante toda su trayectoria. Elaboración y ejecución de entrenamientos, condición física, valores deportivos y mucho más a través de cursos y clínicas. Pero su pasión, paciencia y entrega se la ha dado el trabajo de campo y saber escuchar.
En su paso por la Federación, recibió a un grupo de niños sordos y ciegos. Ella enfrentó con fuerza y determinación el reto, atravesando momentos que la humanizaron y sensibilizaron. Ahora tiene a su cargo el destino de varios niños y niñas que viven en la inclemente y feroz colonia El Limón, zona 18.
Cuando comencé me daba miedo porque no sabía con qué historias me iba a topar. No sabía su pasado y tampoco cómo tratarlos, pero con el tiempo los fui conociendo y me di cuenta de distintas situaciones. Me han enseñado mucho, son cariñosos conmigo y me tienen mucha confianza.
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Para Claudia, el judo es un estilo de vida. Siempre supo que su destino sería dar clases, pero nunca dimensionó el impacto que su labor podría tener.
Ver los rostros de sus niños sonriendo al inicio de cada entreno, disfrutar junto a ellos las nuevas técnicas y tenderles una mano cuando llegan con la cara larga han sido los mayores incentivos para Claudia. Además, de saber que la pobreza, la violencia, las drogas y el resto del entorno para estos jóvenes no será el límite.
Fotografías cortesía FUNOG