Era marzo de 2007 y Josué Coyoy pasaba por sus primeros meses de casado. “Vivíamos con mi esposa en una aldea de la capital, ella era empleada de casa y yo trabajaba de mecánico. Ganábamos bien poco y apenas nos alcanzaba para vivir. Siempre habíamos pensado en superarnos para poder salir adelante, así que decidimos por comer solo una vez al día”. Para ese momento, un compañero mecánico de Josué le contaba sobre sus ganas de vivir el sueño americano, “me dijo que había conseguido un coyote que no cobraba tan cara la ida a Estados Unidos así que me comenzó a calentar la cabeza, pero no tenía ni una choca para irme todavía”.
Al llegar a casa de su suegra le comentó a su esposa sobre las grandes oportunidades que podrían encontrar si se iban a Estados Unidos. “Según mi amigo, el coyote nos cobraba unos Q30 mil por los tres porque era cuate de su familia entonces le podía bajar el precio, así que comenzamos a ahorrar. Entre los dos ganábamos más o menos Q5 mil, estaba difícil llegar a lo que necesitábamos, pero entre toda la familia pusimos pisto para poder salir”. Pasó casi un año para que pudieran reunir el dinero, “teníamos planeado irnos en mayo de 2008, pero dos meses antes de irnos me enteré que mi esposa había quedado embarazada, era mi primer hijo. En ese momento perdí todas las ganas de irme y mi esposa no podía arriesgarse en un camino tan peligroso, ya nos habíamos enterado que muchos se morían en el camino. Ella me insistió que me fuera por la familia, por el futuro de mi hijo, pero yo no quería dejarla sola, además sabía que si me iba, no podía regresar y que si me la llevaba mi hijo iba a tener la oportunidad de ser ciudadano estadounidense por nacer allá, pero siempre corría el riesgo que se me muriera. También tenía la presión que había que pagarle al coyote con anticipación porque si no, nos iba a cancelar. Me tardé como cinco días pensando, hasta que me aventé”.
“El 22 de mayo de 2008 salimos para Estados Unidos, diez años después no puedo explicar todo lo que pasé para estar aquí. Unos tienen suerte, yo me tardé más de un mes en llegar a Texas. Pasar por ese desierto mexicano fue lo más difícil para mí, esos calores adentro del transporte, sin comida, sin agua, casi ahogándome y pensando en que me podía morir en cualquier momento y que dejaba a mi esposa y mi hijo muriendo de hambre. Sabía que lo barato me iba a salir caro, el coyote nos dejó tirados a medio desierto y me tocó pasar el río Grande a pie, casi me ahogo y mi angustia aumentaba porque me habían contado que unos días antes un par de hondureños se habían muerto tratando de pasarlo”.
Durante este camino también pudo ver a una mamá perdiendo a su hijo porque se deshidrató y no soportó el camino. “En ese momento se me puso ralito el corazón y solo podía sentirme agradecido por haber tomado la decisión de dejar a mi familia en Guatemala, que eran pobres pero estaban por lo menos bien y no sufriendo todo eso conmigo”. Además, Josué debía buscar refugios constantemente, pues las patrullas fronterizas mantenían un control bastante seguido para regresar a los inmigrantes a su país, lo que alargaba aún más el viaje.
“Después de todo ese tiempo, vine a Estados Unidos sin trabajo, sin derechos y hasta entonces vivo con miedo porque en cualquier momento me cae la poli, me pide papeles y me agarran. Llevo ya varios años trabajando en una pizzería y estoy contento aunque extraño a mi familia, pero gano bien y puedo mandarles buen pisto. Aquí en Manhattan es difícil porque hay muchos racistas y aunque hayan algunas leyes que nos amparan contra la discriminación, si sé que a varios de mis compañeros aquí en la pizzería los han amenazado y les han pedido sus papeles ¿con qué derecho?”.
Josué sonríe, muestra esperanza y ganas de que algún día su situación mejore todavía más. “Llevo 10 años separado de mi esposa, pero vine a Estados Unidos para darle una mejor vida a mi familia, ahora quisiera que se vengan ella y mi hijo que ya está mayorcito, y podamos estar juntos otra vez y que ellos también puedan tener las oportunidades que yo estoy teniendo aquí”.