Gisela Morales tiene 30 años y desde muy pequeña ha practicado natación. Es una atleta olímpica guatemalteca reconocida por su extensa trayectoria, pero en el camino ha derramado muchas lágrimas, se ha sentido infeliz y superó algunos tropiezos familiares.
Es madre de dos niños, uno de cinco años y otro de uno; empresaria, de pocos amigos, honesta, muy activa, dinámica, sonriente, la única mujer y menor de tres hermanos que crecieron en un hogar muy exigente y lleno de retos.
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La familia viajaba cada fin de semana a Río Dulce, Izabal y por su constante contacto con el agua, sus padres la involucraron en la disciplina. Inició dos veces por semana, fluyó con la corriente hasta que tomó el deporte con mayor seriedad.
Sus aptitudes le permitieron ir destacando. Se dio cuenta que con los logros dentro de la piscina podía obtener otro tipo de recompensas. La entretenía, la alejaba de problemas y brillaba con luz propia.
En el año 2003 ganó dos medallas de bronce a nivel panamericano. No tenía previsto el triunfo, pero le abrió muchas puertas. Estaba destinada para hacer historia en la natación y mientras sonreía a las cámaras y se proyectaba como una promesa del deporte nacional, lloraba en casa por la frustración y el miedo.
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Su entrenadora era impositiva y causaba muchos conflictos entre Gisela y su mamá; no amaba la disciplina y sentía mucho temor por su futuro. Aún así viajó a los Juegos Olímpicos con 16 años; no obtuvo los resultados que esperaba y la depresión se hizo más fuerte.
A su regreso, la prensa criticó su fracaso con mucha dureza y la atleta tocó fondo. Llegó el momento para que Morales decidiera seguir en el deporte o buscar nuevas metas. Ya su vida giraba en torno a la natación y prefirió continuar.
Cambió de entrenador y desde ese momento, ya siendo una adolescente encontró el gusto por el deporte. El verdadero, el que la hacía soñar con llegar a una nueva cita olímpica y disfrutar al máximo su vida. Su entorno dio un giro de 180 grados.
Llegó a cuarto bachillerato y comenzó a recibir propuestas de las universidades estadounidenses. Conoció algunas, pero se inclinó por la que tenía al mejor equipo de natación compitiendo. Se graduó como administradora de empresas en hotelería y turismo, aunque sus negocios no tienen ninguna relación con sus estudios.
Gisela soñó con ser chef y tener su propio restaurante; por ello estudió la carrera más cercana a la profesión. Años después sonríe cuando lo recuerda y celebra no haber caminado por ese rumbo, porque disfruta al máximo lo que hace en sus academias de natación.
Morales creció siendo disciplinada, rodeada de valores positivos, responsable, independiente y puntual; características que desea transmitir a sus alumnos y a sus propios hijos, por ello les habla con frecuencia sobre la felicidad que deben alcanzar mientras practican algún deporte.
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Siempre se visualizó como mamá, anheló ser una líder por su ejemplo y esfuerzo, no solamente de palabra y eso la motiva a seguir entregándose a su pasión, su familia y sus sueños. Gisela planifica su propia preparación deportiva y vive al máximo cada paso.
Está clasificada a los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Barranquilla 2018, pero no será hasta unos días antes que tomará la decisión de participar o no en los 50 y 100 metros dorso. Quiere estar al cien por ciento en su estado físico y mental, además ordenadas todas sus otras prioridades.
Gisela ha cambiado por completo su vida desde que se convirtió en madre, esto la inspiró para ser una mucho mejor persona. Aún no piensa en su retiro, pero espera que el día en que deba tomar esa dura decisión, pueda continuar en el deporte élite como las triatlones, carreras extremas, jugando tenis o incluso practicando MMA, deportes que también disfruta ver.
Fotografía de portada tomada por María Fleischmann, tomada del Facebook de Gisela Morales.