Caracas, Venezuela, tarde de junio de 2017. Recorrerla tiene muchos contrastes como cualquier ciudad en el mundo y aquí no es la excepción.
Hay tantas historias por contar en una de las capitales más grandes y modernas de América Latina, enormes avenidas atraviesan el corazón de la metrópoli.
Abajo, a nuestros pies, circula el metro, que durante muchos años fue el orgullo de los caraqueños. Incluso, una colega periodista que me acompaña dice que cuando ella era niña, sus padres la llevaban de paseo a ella y a su hermano. El recorrido era irse de principio a fin, pero ahora, se lamenta, “se encuentra muy deteriorado y sucio. Ojalá vuelva a ser como antes”, mientras suspira con nostalgia.
El calor es sofocante por estos días y la temperatura es casi de 30 grados. Nada extraño para sus habitantes que están acostumbrados.
Al escuchar las conversaciones en el metro, el tema político no puede faltar. Hay quienes critican al Gobierno con fuerza, pero hay otros que dicen que se debe defender al presidente Nicolás Maduro.
El recorrido en subterráneo dura unos 20 minutos hasta la estación El Capitolio. Al salir a la superficie, el bullicio es enorme, gente por todos lados, comercios y vehículos. No es para menos estamos en el centro.
Apenas hace unos minutos dejamos la Plaza Altamira en donde los opositores se mantienen en pie de lucha en contra de Maduro y el Gobierno. En este sector el escenario cambia drásticamente.
Se siente una conexión con el pasado -que se mira en muchos edificios- los gritos de los vendedores informales son parte del lugar.
La propaganda oficial aparece en varios edificios. Pero existe una que llama la atención mucho más que otras cosas: los ojos del expresidente Hugo Chávez.
Se siente, sin exagerar que te miran y que cada movimiento que se hace es vigilado.
¡Zas! Son grandes y negros. Están en la entrada al Parque el Calvario y fueron pintados en las gradas principales, imposible no verlos.
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Justo en la otra esquina, unos jóvenes están por pasarse la calle, ambos visten playera roja y con los mismos ojos del expresidente.
Caminando por una calle peatonal se llega hasta al Congreso de la República. A un costado, un edificio público con dos mensajes en una de la paredes, uno de Chávez y el otro Maduro.
En un trayecto de unas 20 cuadras se observan los mismos ojos que te ven desde cualquier lugar. Hay un edificio de unos 20 pisos y aparecen de nuevo en el punto más alto.
Hay quienes califican la mirada de Chávez como seductora y hasta amorosa. “Es una forma para no olvidarlo”, comenta una señora que trabaja en una institución del Estado.
Plazas, parque, edificios, buses, autopistas y en donde menos se imagina están sus ojos.
“Es la mirada eterna de nuestro comandante”, dice una persona, no expresa otra y responde “es el recuerdo que sigue vivo entre nosotros”.
Incluso, no falta quien me invita a ir a su casa y enseñarme que también pintó esa mirada en el patio de su vivienda. No gracias, respondo con amabilidad, ya que cae la tarde.
Chávez murió el 5 de marzo de 2013, luego de una larga batalla contra el cáncer. A los pocos meses de su fallecimiento empezaron a aparecer los murales con sus ojos.
Pero no es solo eso, Caracas también se encuentra tapizado de murales con el rostro del comandante, su presencia está por todos lados.
Esa ciudad no tiene nada que envidiarle a la Habana, Cuba en donde se rinde tributo al fallecido presidente, Fidel Castro y a Ernesto el Che Guevara, principalmente.
También hay murales por doquiera del mandatario venezolano Nicolás Maduro para promover su imagen y dar a conocer lo que hace su Gobierno.
Los bigotes de Maduro tampoco pasan desapercibidos.
