Sin lugar a duda, nuestro ritmo de vida tuvo un giro insospechado.
El distanciamiento social ha redundado, para muchos, en cambios de conducta culturales que jamás soñamos experimentar. No dar la mano, besos y abrazos; no ver a nuestros padres, hermanos y amigos. Alejarnos voluntaria, y tajantemente, de nuestros seres amados solo por si las moscas. En fin, los más responsables, hemos realizado un esfuerzo por cumplir este inesperado sacrificio pensando en el bien común. Tristemente, en el desarrollo de este ejercicio voluntario, algunos ya están derrotados y no ven la luz al final del túnel. Pero, también hay muchos que, como el Ave Fénix, encuentran la manera de resurgir de sus propias cenizas.
Doña Chonita es, a sus setenta y nueve años, una mujer solitaria. Sus mayores murieron hace mucho tiempo; su esposo voló, hacía tres décadas, tras una golondrina mucho más joven; los dos hijos, su recuerdo más doloroso, murieron durante el Conflicto Armado luchando en bandos opuestos (uno era militar y el otro guerrillero). Sin embargo, ninguna de estos avatares del destino consiguió vencerla. Con astucia y luego de abandonar su esposo el nido, se quedó regentando el negocio familiar. Si bien al principio los trabajadores se aprovecharon de su escaso conocimiento relacionado a la producción de zapatos, en poco tiempo les demostró su entereza y capacidad empresarial. Apenas, tres años después, abrió la única zapatería del pueblo y, desde entonces, una romería de compradores acude a comprar sus zapatos debido a la calidad y originalidad de los estilos. Entre ellos, algunos mandatarios de alto perfil.
El espíritu de esta mujer es tan curioso que, cuando a mediados de marzo se empezaron a dar las órdenes de cerrar empresas y otras medidas drásticas, se tomó el evento con una serenidad muy diferente al pánico de otros comerciantes. Aunque ella estaba autorizada para abrir la tienda por orden presidencial, la clientela se vino abajo de la noche a la mañana, pero eso no la preocupó: “Más tarde, o más temprano, la gente volvería a comprar zapatos nuevos”. Y con el espíritu que la caracteriza, se encerró en el taller y se puso a producir mascarillas. Para ello utilizó parte del material alternativo almacenado en sus bodegas como fieltro, lonas delgadas y elásticos. Además, les puso un toque personal encarnado en pequeñas decoraciones que las hacían lucir más amigables. Para no despedir a sus operarios, los mandó a distribuirlas compartiendo con ellos las ganancias (que han sido muchas).
Doña Chonita, como muchas otras personas emprendedoras, ha salido de su punto de confort para superarse en medio de la catástrofe. Con creatividad, buen seso y sin aprovecharse de los demás, enfrentó esta crisis que, sin lugar a duda, nos acompañará por buen tiempo.