No sé cuántos días han pasado de encierro, mis hijas pasan entre juegos, televisión, videollamadas y alguna que otra tarea. Así continúan con sus rutinas de sueño, comen, piden más juegos y disfrutan de las pláticas en la mesa.
Hace unos días le pregunté a mi hija de seis años sobre lo que sentía al estar encerrada y su respuesta me dejó perpleja: “Yo no estoy encerrada, estoy en mi casa”, me dijo.
Su frase me llegó a mi corazón, yo he sentido estos días largos incluso he dejado de contar los días y no me parece relevante si es lunes o viernes, me da igual. Para mí los días son monótonos y no me dan nada más que una espera que a veces siento que no terminará pronto.
Me desespero, me apunto voluntariamente a ir a tirar la basura o salir al supermercado, a pesar de los riesgos, siento que ver otros rostros y el contacto con el mundo exterior es necesario para mi salud mental.
Pero, luego pienso en mis hijas, en lo campeonas que han sido y lo poco que se han quejado. Ninguna ha tocado la puerta para salir y si lo hicieran una sola explicación les basta para seguir en casa.
¿Y saben por qué están en casa tan felices? Porque compartir con sus papás es lo que les mantiene con alegría. Porque ahora tenemos tiempo de sobra para cantar, dibujar, bailar, enseñarles con más paciencia las letras y hacer las tareas.
Estoy segura que todo esto pasará, pero en su memoria y corazón quedarán estos días de unión familiar. No sé cómo han manejado los sentimientos que esta situación ha despertado en nosotros, pero yo he evolucionado y reflexionado en la oportunidad que tenemos y no pienso desaprovecharla.
Aquí hay muchos campeones en esta historia, están los sanitarios, los trabajadores de los supermercados, los buenos gobernantes, los recuperados y los niños.