“Es increíble que estemos teniendo esta conversación”, dijo mi jefe cuando le pedí que incluyeran dietas en mi salario. Le pedí un aumento del 200 por ciento para pagar dietas y gastos de representación. No supo qué hacer, si reír o llorar.
Se le pasó un “no seas aprovechada” por la mente, estoy segura. También hizo cálculos matemáticos de cuánto le saldría hacer lo mismo con todos los empleados. Los números llegaron a bajo cero, una bancarrota inminente.
“¿Y por qué no traes tu propio almuerzo?”, me preguntó confundido. Yo aseguré que no había por qué hacer tanto pleito por una pechuga de pollo.
“Si hacemos eso, nos vamos a la quiebra”, confesó. Yo le reproché: “Aún no ha pagado su factura de luz. Usted es corrupto, yo quiero mi almuerzo gratis”.
El resto de compañeros se unió, no logramos avanzar nada en el trabajo exigiendo dietas, el jefe ofuscado. “Me sale mejor no tener empleados a tener que pagar cantidades exorbitantes por comer”, dijo por fin el jefe, acabando la discusión.
Y así es como de forma imaginaria entendí que 4.1 millones de quetzales (de los 31 millones presupuestados)* pueden llevar a cualquiera a la quiebra. ¿Qué tal un país?
*Dijo Prensa Libre y Publinews.
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