El recién juramentado presidente de la República, Alejandro Giammattei Falla, no tardó en mostrar sus cartas y poner en la palestra cuáles serán sus políticas en materia de seguridad ciudadana. El dignatario, quien ha dado ya sus primeros golpes de autoridad, le apuesta a un modelo que privilegia la fuerza y las medidas de coerción, pero con una visión miope y un análisis simplista de la realidad nacional.
Entre sus primeras propuestas se incluye: impulsar una iniciativa de ley que busca declarar a las pandillas como organizaciones terroristas, otra norma más que privilegiaría el uso de la fuerza para las instituciones responsables de velar por la seguridad ciudadana y el incremento de elementos castrenses.
Además, Giammattei Falla impulsó, en menos de 72 horas de gestión, el primer estado de Prevención en dos municipios del departamento de Guatemala: Mixco y San Juan Sacatepéquez. La idea del presidente es retomar el control de esos municipios, los cuales se encuentran, según lo ha dicho, bajo el control de las pandillas.
No obstante, el despliegue centenario de fuerzas combinadas no ha tenido los resultados esperados en cuanto al número de detenciones, lo que por supuesto no es de extrañarse, pues claramente no hubo, no en tan poco tiempo, una labor de inteligencia para garantizar lo que en jerga policial se conoce como hallazgos positivos.
Desde luego que habrá muchas personas que secunden las medidas impulsadas por el dignatario, aunque parezcan meramente populistas y de carácter reactivo, pues evidentemente no se ha realizado un diagnóstico real de la situación, al menos no desde la inteligencia del Estado, que es la que debería privilegiarse en un mandato presidencial.
Posibles consecuencias
Punto y aparte de la simpatía que puedan generar estas acciones populistas y desalineadas es necesario reflexionar alrededor de las consecuencias. Nunca compartiré los estados de Prevención porque estos han sido mal utilizados por nuestros gobernantes, vulneran garantías ciudadanas y se prestan para acciones arbitrarias y discrecionales donde siempre hay daños a terceros e inocentes que pasan malos ratos.
Con el tema de declarar a las pandillas como organizaciones terroristas a priori, sin entender la génesis de este fenómeno social, no solo es un completo absurdo, sino que supone jugar a la ruleta rusa, pues todos sabemos que estas estructuras tienen una organización bastante desarrollada que puede reaccionar de forma inesperada ante la amenaza que representa la iniciativa.
Es imposible abordar el fenómeno de las pandillas sin considerar las perspectivas antropológicas y sociales; es un sinsentido intentar aplicar la ley del “ojo por ojo y diente por diente”. Este fenómeno responde a la ausencia del Estado, la falta de oportunidades, la pobreza y la miseria; por tanto, son respuestas disfuncionales a exclusiones longevas que requieren un tratamiento integral y no inquisidor.
Por otro lado, manifiesto mi total desacuerdo al incremento de elementos castrenses en tiempos de paz. La Constitución Política de la República asigna ya un rol de protección del territorio y defensa de la soberanía, pero ojo que la función del Ejército no ha sido ni será el involucramiento en la seguridad ciudadana.
El entrenamiento de los elementos del Ejército es muy distinto al que reciben los policías; en todo caso, debiésemos plantearnos incrementar los elementos de la Policía Nacional Civil, en vez de sumar más soldados al Ejército.