Prepotencia, ignorancia y censura, son tres ingredientes peligrosos en la diminuta mente de quienes consideran que son dueños del país. En otras palabras, aquellos que poseen alguna cuota de poder, pero son el fruto de una malograda educación. Si a las tres características les sumamos los móviles nacidos desde las buenas intenciones, ya podemos despedirnos de la objetividad y la justicia. No podemos aseverar que todo guatemalteco es prepotente, pero, el solo hecho de ver cómo manejan, respetan filas o esgrimen privilegios sobre los derechos de los demás, bien podría ser un buen índice del nivel prepotente de algunos homúnculos.
Respecto a la ignorancia; bueno, eso lo medimos casi todos los días en redes sociales y la manera como manejan temas que los usuarios no entienden. En otro orden, no es ningún secreto que muchos de nuestros maestros están discapacitados para enseñar. No poseen una cultura general y con ella atropellan cualquier iniciativa educativa. Para muestra, el bochornoso papel que jugó todo el claustro de maestros de una institución escuintleca el pasado 15 de septiembre, cuando confundieron el retrato de Frida Kahlo por el de Dolores Bedoya de Molina. Claro, era fácil que los estudiantes se confundieran porque en el buscador pone uno el nombre de la exprimera dama de la Nación y la cuarta o quinta foto que aparece la de la mexicana. Si los profesores les hubieran enseñado a cruzar información, probablemente hubieran ayudado a sus pupilos a no hacer el oso internacional que hicieron. Si no lo saben, en México ya se habla del incidente. De todos modos, sus tutores no cayeron en cuenta del error hasta que ya eran la comidilla del día.
Censura. Vaya si en este campo los bien intencionados de todos los sectores no se llevan la presea. En su afán por preservar algo, que en verdad no entienden ni respetan, arrasan con lo que pueden desde sus posiciones de privilegio. Por ejemplo, no hay gente más tonta que la que esgrime los estandartes de la fe para destruir la honra de otras personas, pasarse las leyes debajo de las patas y otra sumatoria de acciones que les retratan tal cuales son: seres viles y egoístas. Hombres y mujeres de poca fe.
Y, con este preámbulo, aunque no pueda dar nombres para no poner en peligro al protagonista, les voy a compartir una historia deleznable que se ha venido dando dentro de un entorno protegido, dedicado a la cultura y las artes. Rogelio (nombre con el que bautizo al personaje de este relato), es un buen actor, de hecho, premiado a nivel nacional por su excelencia y un joven íntegro. Como tal, representa papeles y su misión es sacarlos adelante hasta la última consecuencia. En este ejercicio realizó una personificación muy digna, en un cortometraje que, dentro del campo del arte es arte en toda la dimensión, pero en su ámbito laboral fue una puñalada que le atrajo otras consecuencias inesperadas. Desde que el video empezó a circular en redes ha sido insultado, vilipendiado, acusado de ladrón y sus jefes, incluso, han tratado de hacerlo renunciar utilizando recursos que, para el Ministerio de Trabajo, podrían redundar en la encarcelación de sus empleadores.
Cuento esta historia porque me siento verdaderamente indignado. Porque este país no va a prosperar mientras existan grupos de agresores que, sintiéndose ungidos de Dios, atropellen a las personas justificando sus acciones desde una completa impunidad bañada de santidad. Porque, como siempre, son los artistas los que se llevan la peor parte. Rogelio, estigmatizado en su círculo laboral, tiene que aguantar en silencio la frialdad con la que se le trata y una vigilancia injustificada y desleal.