Si algo tiene chance de salir mal, va a salir mal. Básicamente esa es la premisa de la infortunada ley de Murphy, ¿casualidad? ¿Mala suerte? A saber. Ejemplos que ilustren hay muchos. “El haragán y el mezquino”, decía mi santa abuela, “recorre dos veces el camino” y algo así es lo que le sucedió a Ernesto, quien, por no regresar a su casa a traer la billetera con su licencia, terminó detenido en un puesto de registro en el que nunca le habían hecho el alto, hasta ese día.
Uno tras otro, caen atrapados en la premisa de Murphy. Por eso es que “no hay que pedir las cosas prestadas”, señalaba en su momento la tía Chon. En el caso de Marta fue el carro último modelo de su mamá. “Solo voy a la iglesia y está pringando”, dijo. Para su mala suerte, no fue a rezar sino a dos kilómetros de su casa para ver a su nuevo novio y darle un piquito en la boca. Para hacer corta la historia, enfrascados en una guerra de lenguas e intercambio de salivas en el preciado vehículo, no se dieron cuenta que la patrulla se estacionó detrás de ellos y para cuando se percataron era demasiado tarde. Ambos detenidos por actos inmorales en la vía pública a lo que, para su sorpresa, se sumó algo de lo que ella no tenía noticias; el patojo llevaba consigo algo de mota y tres colmillos con coca por lo que fueron consignados por posesión de estupefacientes. “Dime con quién andas y te diré quién eres”. El carro de la mamá, por supuesto, desmantelado en la búsqueda de ilícitos.
Manuel y Fernando, íntimos amigos del colegio, pasaban horas juntos en la casa del uno como del otro. Aunque, ya al final del bachillerato, más en la del Meme. Tal era la confianza que Fernando, incluso, se iba directamente al hogar de su compañero, aunque este no estuviera. Allí se entretenía haciendo deberes, jugando en la consola de juegos, almorzando con los progenitores y hermanos de Manuel o viendo televisión. El primer año de la universidad las obligaciones de sus carreras los separaron un poco, pero aún así hicieron el esfuerzo de alimentar el apego. Una tarde, quiso la ley de Murphy que se encontraran sorpresivamente en el lugar menos oportuno, en una zona que ninguno de los dos solía frecuentar y en las circunstancias más bochornosas. Manuel, entrando a un motel en Mixco y Fernando, saliendo del mismo establecimiento, con la mamá de Manuel. El resultado, una amistad perdida a golpes y un ominoso divorcio.
No hay duda, la ley de Murphy gobierna nuestras vidas. Más, si nuestras acciones y comportamientos son propicios a la complacencia y la falta de responsabilidad. Estos tres relatos son verdaderos y cada uno de sus protagonistas pagaron consecuencias que pudieron haberse evitado. Usted, ¿tiene alguna narración relacionada que contarnos?