ESTE RELATO ES LA OCTAVA HISTORIA DE LA SAGA “HISTORIAS DE PUEBLO”, CONTADAS POR ALFONSO R. CEIBAL E INMORTALIZADAS POR LA PLUMA DE JUAN DIEGO GODOY.
Años 70. Ciudad de Guatemala. Un hombre de traje y corbata sale del recién inaugurado edificio de la Cámara de la Industria, justo al mediodía. El Sol está en su punto más alto sobre la vieja ciudad del país de la eterna primavera.
En el mundo, el gobierno de Laos y el Pathet Lao firman un armisticio; el álbum The Dark Side of the Moon, de la banda Pink Floyd, estaba siendo lanzado al mercado; en Nueva York se inauguraban las Torres Gemelas del Centro Mundial de Comercio y el republicano Richard Nixon juraba su segundo mandato como presidente, sin saber que sería expulsado en 1974 por el escándalo Watergate. En Guatemala, Arana Osorio todavía era presidente, los precios de la gasolina comenzaban a subir y aquel señor de traje y corbata almorzaría lo que a partir de aquellos años se convertiría en una tradición capitalina: el “shuco” de la zona 4.
Aquel espacio de la zona 4, al final de Avenida La Reforma, entre el Liceo Guatemala y la Cámara de La Industria se estaba convirtiendo en la metrópoli del hot dog tropicalizado, aquel que imitaba al gringo, pero que con la mezcla de aquellos ingredientes inesperados había revolucionado la manera aburrida de disfrutar aquella comida. Al norte se comía un pan seco con salchicha y salsa de tomate cómodamente sentado viendo un partido de béisbol (cumpliendo con todos los requerimientos del cliché), mientras que en la Guatemala setentera, el repollo, picante, la mayonesa y el indiscutible toque de guacamol hacían de aquel pan otra experiencia, que se comía sobre una banqueta viendo alguna chamusca de fútbol.
Una pizca de guacamol cae sobre el zapato negro, recién lustrado, del hombre industrial. Cuando se agacha para limpiarlo, un poco de mostaza roza su corbata celeste. No se inmuta tanto como el “chino” de la carreta que lo observa, pensaría. Al fin y al cabo, el hot dog tropicalizado fue bautizado como “shuco” por dos razones: porque se come en la calle y además es inevitable “ensuciarse” con los condimentos que lo hacen grandioso.
Esa historia que le contó el hombre trajeado a un joven se repitió 42 años después, cuando este fue a buscar aquella mordida que, con tanto detalle, le habían narrado. Esta vez, la Ciudad de Guatemala era otra. Años 00. Ya no se almuerza al mediodía, sino a la 1:00, por gajes de los oficios de los capitalinos. La ciudad se ha cuadruplicado y con ella, el negocio de los “shucos”. Ahora hay un paraíso shuquero que se ha adueñado de las calles de ese espacio. Shucos Los Mismos, Shucos de la Iglesia Yurrita, Hot Dogs y Dobladas del Liceo, Shukos Las Delicias, Shucos Guatemala, Shuko Stations, toda una oferta para degustar lo que se ha convertido en una tradición culinaria en grande.
Así, el joven se acerca a una de aquellas. Pide un “transmetro”. Lo toma con sus dos manos y da esa mordida que lo transporta a los años 70, cuando su abuelo probaba el mismo bocado y en el mismo lugar, pero con 42 años de diferencia. El mismo guacamol cae sobre su tenis y la pantalla del celular se le mancha con salsa de tomate. El “chino”, ya mayor, le dice a su nieto, que juega con las tenazas y el carbón de la carreta: “Hace varios años vi a un patojo que se comía un shuco en esa esquina. ¡Cómo se parece a este baboso!”
Los tiempos cambian, pero los “shucos” son los mismos.