Siendo un guatemalteco de clase media, viajar al auténtico primer mundo es muy improbable. Hace algunos meses, gracias al Programa #JuntosJapón, tuve la gran oportunidad de realizar un viaje de esos que solo se ven en la tele.
La aventura comenzó en el Aeropuerto “La Aurora”, dos horas después en la Ciudad de México, dos horas de espera y luego abordamos el viaje al futuro.
Las catorce horas corridas de vuelo tan solo son el preámbulo de una experiencia inigualable. Con tan solo llegar al Aeropuerto Internacional de Narita usted puede notar el orden, limpieza, disciplina y eficiencia del pueblo japonés.
La cantidad de historias que tengo por contar de Japón es inmensa. En Miyajima nos comimos junto con Dina Fernández una ostra sensacional. En las calles de Kioto vimos pasar a las geishas con su rostro blanco y sus espectaculares kimonos. En la provincia de Shiga recibimos una clase de caligrafía japonesa y me desayuné el mejor salmón de mi vida. Probé el sake, dormí en un tatami, me subí en el tren bala y hasta me perdí en uno de los maravillosos templos de Kioto.
Sin embargo, de todo lo que pude vivir en Japón, lo que más tocó mi vida fue el poder escuchar a un voluntario narrar los estragos de la bomba atómica en Hiroshima.
Pocas experiencias en la vida transforman el alma de manera más profunda que escuchar a un hombre hablar, con paz en su corazón, de los estragos del arma más destructiva utilizada hasta ahora por el humano contra el humano mismo.
Hiroshima es un monumento a la paz. Yo no vi ningún rezago de odio en los ojos de quienes cuentan lo sucedido aquel lunes 6 de agosto de 1945, por el contrario, su historia es de dolor y su mensaje es de esperanza, ya que el fuego eterno espera el momento de apagarse junto con las guerras del planeta.
Mi experiencia en Japón me sirvió para darme cuenta de la importancia de planificar el futuro, honrar el pasado y luchar a diario para construir el presente.
El mundo sigue desarrollando las herramientas de su autodestrucción, mientras Hiroshima abre las alas de sus grullas de papel a la esperanza de un planeta que busque la armonía entre sus habitantes.
Luego de perder más de 145 mil vidas en tan solo segundos, Japón fácilmente podría seguir tan solo pensando en el pasado, pero por el contrario, Japón piensa en la conservación del agua, en reducir, reusar y reciclar su basura y en forjar lazos de confianza con el mundo.
La resiliencia del pueblo japonés es asombrosa, pues no olvida la tragedia, pero no se estanca en el reclamo mutuo que no permite sanar las almas.
Gracias Japón, su historia es una lección de vida. Arigato gozaimasu.