Es lógico que una metrópoli tan particular como la Antigua atraiga al turismo local e internacional. El movimiento económico que estos visitantes generan da trabajo a infinidad de personas y sostiene, de paso, una singular economía. Muchos lugareños, aunque lamentablemente no todos, poseen una conciencia clara del privilegio que significa vivir en una ciudad de las características de la otrora, esplendorosa, Santiago de Guatemala. Prerrogativa que conlleva algunos sacrificios obligados para conservar la esencia de esta magnífica capital.
Ser emprendedor no es malo. Creo que esta es una de las características que define en gran medida el espíritu chapín. Sin embargo, y a una velocidad incontenible, estos empresarios que se benefician del turismo abren negocios destruyendo completamente la apariencia antañona de sus locales. En la propia calle del arco hay algunas tiendas que, al mejor estilo de la 18 calle de la ciudad, han degradado con muy mal gusto el perfil de este Patrimonio de la Humanidad. ¿Quién autoriza estas barbaridades? Y ¿quién permite que estas no sean corregidas? Pisos cerámicos, vitrinas de aluminio, persianas de metal, etcétera, van demeritando el concepto hasta degradar lo que se ha conservado con esmero por tantos años.
Las fiestas de fin de año fueron reveladoras en todos los sentidos que uno se pueda imaginar. Verdaderas hordas abordaron la ciudad. Los que se hospedaron en hoteles y casas de amigos, sitiaron el casco antiguo. Pero los que vinieron sin plan específico, poca plata y ganas de parranda, complementaron un cuadro por demás decadente. Escenario en el que no hay una mínima idea que diferencie el respeto que se le debe a una ciudad santuario de la cultura con una cantina de la línea o un relleno sanitario. Vandalismo, orines, materia fecal (y algunas humanas), distribuidas en un paisaje que, finalmente, a quienes perjudica es a los antigüeños y a su estatus. ¡Ah, gente más “shuca” la que nos visita! Los trabajadores municipales se rompieron el lomo, de madrugada, sin ostentaciones, limpiando la suciedad de los marranos que vienen a robarle su belleza a la Antigua.
Sumemos. Nadie sabe muy bien qué provocó el incendio que consumió varios locales comerciales en la Calle del Arco. Precisamente, la vía más abarrotada de inocentes parranderos e ilusionados visitantes. Pero es de hacer notar que los hombres con casco, que solicitaron una moneda en las esquinas de la ciudad colonial, incluso durante los feriados, valen su peso en oro. Los bomberos no solo arriesgaron la vida apagando el siniestro. Nos recordaron con su efectiva intervención que ellos también necesitan de la protección del estado. Que, a pesar de pasarse la jornada pidiendo limosna para seguir sirviéndonos, a la hora de enfundarse el uniforme, van con todo.
Varias reflexiones nos dejan las despreocupadas actitudes destructoras del visitante nacional. El problema educativo que atraviesa el país se manifiesta en todo su esplendor en celebraciones multitudinarias como la del pasado 31 de diciembre. Si la Antigua quedó hecha un basurero, incendiada y con monumentos siniestrados, no quiero imaginar qué pasó con los litorales marítimos, lagos y ríos. Guatemaltecos, hay que buscar un cambio y este tiene que venir de nosotros. Aprovecho para desearles un feliz 2019.