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La Navidad es una de las temporadas más nostálgicas para Guillermo, el autor de este relato. tú ¿Qué piensas de la Navidad?

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La tierra está por culminar su ciclo rotativo, anual, alrededor del sol. De a poco, con las luces de colores, los ponches, los nacimientos, las posadas, los arbolitos, los tamales, los juegos pirotécnicos, la música de la temporada, el clima, más ponche con piquete y otras costumbres (que no necesariamente son las de todos), un buen grupo de chapines retorna al hogar de sus raíces y con ello conmemora, con amor, su relación familiar. El solo hecho de cenar con los más allegados, o con los amigos, o con la pareja, dándole un valor especial a la hora 24 del día 24 y a los primeros minutos del 25 de diciembre, es un hecho colmado de significados. Somos una cultura viva y esto queda patente en el sincretismo implícito en estas fiestas tan especiales.

Aunque la Navidad no es igual para todos, y algunas personas hasta la detestan, para los que la celebran es una temporada en la que los buenos sentimientos afloran con más facilidad. Los recuerdos de tiempos pasados con los abuelos, padres, hermanos o amigos que ya se han ido, nos hace traerlos al presente y, con ello, se honra con nostalgia su memoria. Sentimientos que resurgen recordando lapsos que pensamos olvidados, pero que, siguen tan vivos como si se hubieran desarrollado en el presente. Y para los jóvenes, generalmente las navidades se aúnan al final de las vacaciones, a los amores imposibles, un futuro que nunca va a llegar porque la juventud es para siempre y, por supuesto, a las inestabilidades de la incertidumbre. Pero ¿hay acaso otra época que no sea tan mágica para los peques de la casa?

La cocina, es sin duda, el eje del fin del año. Desde los platos típicos hasta las costumbres importadas, toman un sabor especial en la cocina de mamá o de la abuela. Cada familia, no importando el número de sus miembros, sazona sus comidas insuflando sentimientos que matizan el ambiente desde el agrado del estómago. De allí las emociones de los comensales cada vez que se sientan a la mesa. Bien los dulces de la tía Tencha o, quizás, los tamales de la nana Lula y hasta el pavo del tío Juan. Cada uno aporta personalidad a cada reunión, asegurando que la noche buena sea especial en cada casa; en cada corazón, en cada poblado.

El valor de la Navidad es, entonces, su capacidad para unir a quienes se aman. Para trasmitir tradiciones. Para hacernos mejores. Para recordarnos que compartir nos trae alegría.  

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