Con mucha indignación leí varios de los artículos que diferentes medios de comunicación publicaron respecto al modus operandi del ex ministro de Comunicaciones Alejandro Sinibaldi. Los desfalcos y negocios que, el ahora prófugo de la justicia, ejecutó suman muchos más ceros de los que yo pueda recordar.
El guatemalteco promedio debería trabajar durante muchas vidas para llegar a obtener las fortunas millonarias de “Sipi”. “La corrupción es un monstruo de cien cabezas”, dijo una vez para un diario la ex vicepresidente Roxana Baldetti. Lo que olvidó indicar fue que ella representaba con facilidad una veintena de ese centenar de cabezas.
Cuando trabajaba en Prensa Libre tuve el enorme desafío de escribir reportajes respecto a temas de corrupción y la pregunta sin respuesta, o al menos sin una objetiva y acercada fue: ¿Cuánto se pierde en el país a causa de la corrupción?
Con un grupo de analistas, quienes advirtieron que técnicamente era muy difícil aproximarse a esta cifra, se llegó a una conclusión: entre el 15 y el 25 por ciento del presupuesto anual en concepto de inversión podría perderse todos los años por manejos poco transparentes.
El presupuesto de ingresos y egresos destina únicamente alrededor de una quinta parte para inversión, pues el grueso de los fondos públicos, cerca del 60% se utiliza para funcionamiento. No obstante el gobierno del Partido Patriota y otros, nos han dado una catedra magistral de manejo poco transparente del erario en el rubro de funcionamiento.
En ese contexto no es difícil inferir que gran parte de los fondos que se utilizan para funcionar también son utilizados con opacidad. En este apartado el Congreso de la República ha sido pionero con el invento de la modalidad “plazas fantasmas”.
Índice de corrupción
La pregunta que en aquel reportaje no fui capaz de responder, al menos no con la claridad que hubiese querido, sigue vigente ¿Cuánto perdemos como país en temas relacionados a la corrupción? Aunque no hay una respuesta certera, mucho menos concreta el Índice de Percepción de Corrupción elaborado por Transparencia Internacional arroja una vaga idea de qué tan mal estamos.
De acuerdo a este indicador, cuya última versión disponible es la de 2017, el país obtuvo una calificación de 28 puntos de 100 posibles, claramente más cercanos a las profundidades que a la superficie.
Sin rodeos y sin eufemismos somos un país corrupto y ocupamos el puesto 143 de 180 países. Soy enemigo de las generalizaciones imperfectas y creo que hay funcionarios que trabajan en el marco de la ley e instituciones que intentan hacer las cosas con transparencia. El problema es que no tenemos la madurez para hacerlo solos.
En la actual coyuntura, con investigaciones en curso de casos como: La línea, Construcción y Corrupción, financiamiento electoral ilícito, entre muchos otros, me parece poco prudente pecar de soberbios y rechazar apoyos como el de Naciones Unidas por medio de la CICIG.
Si decidimos quedarnos solos, decidimos apostarle a la multiplicación de los “Sipis”, de las “R”, de las “líneas” y de muchas otras estructuras corruptas que durante años han cooptado al Estado. Si lo hacemos, los recursos de todos se continuarán yendo a los bolsillos de unos pocos. No es el momento para nadar sin salvavidas, no en mar abierto. Y ¿Usted qué piensa?