Esta pregunta siempre es difícil de contestar ¿Quién soy yo? Muchos solo aciertan a responder que son los hijos de fulano y zutana, nietos de mengano. Un apellido heredado, que no han construido. Filiación a la que no han aportado nada importante para aumentar su lustre. También están los que inclinan a hacer una sumatoria de lo que poseen y que, según ellos, corresponde a su autodefinición: vehículos, televisiones, vídeojuegos, la colección de zapatos, bolsas, billeteras, relojes, “likes”, viajes, en fin. Otros, más espabilados, se van por la salida rápida del “yo, soy yo”. En todo caso, el cuestionamiento aborda un presente desconocido.
La cosa se pone muy interesante cuando uno indaga los tres libros que hayan marcado su vida y el porqué. Aunque hay excepciones, no tan numerosas como uno quisiera, por lo general hombres y mujeres mayores de dieciocho años, universitarios y en edad de laborar, contestan invariablemente lo mismo; “no soy muy de libros.” Otros, ya entraditos en años, se acuerdan a lo lejos de “El señor presidente,” o con suerte “Prohibido suicidarse en primavera,” ambas, porque fueron a verlas al teatro en su lejana juventud. Sin embargo, al preguntarles de qué tratan, el grillo empieza a cantar en la oquedad de su cabeza. El mundo de la imaginación yace descuidado en un rincón. Sin memoria.
Y si se les interroga, y no estoy hablando solamente de estudiantes, sobre ¿qué quisieran que dijera su epitafio? Este brete es quizás el mejor ejemplo de la debilidad de la “sociedad educada” de Guatemala. La mayoría se queda en un limbo tratando de identificar una palabra que no existe en su diccionario personal y que, el vejete que la pregunta, ha de haber aprendido con sus abuelos. Por lo tanto, el que la realiza se trasforma en un ser ilegible, perdido en el tiempo y con una capacidad de incomodar más allá de donde debe. Por lo tanto, se enfrenta el futuro sin metas.
¿Funciona el sistema educativo guatemalteco? Es difícil determinarlo. Por un lado, hay un buen número de emprendedores que, a través de las redes, consiguen organizarse y alcanzar objetivos. Ésta, quizás, sea una de las mayores virtudes de esta generación. El de la convocatoria y el manejo de los distintos recursos cibernéticos. Los “Millennials” y la “generación Z,” según algunas definiciones, está compuesta por miembros de un conglomerado que no recuerda o conoció el mundo sin Internet. Y al tener la red a su merced, eso lo digo yo, tampoco realiza el cómo, el cuándo y el porqué, llegó al presente. O sea, no tiene pasado y no le interesa el futuro. Todo está “on line” y, por lo tanto, no necesitan conservar información o preocupaciones inútiles en los cerebros. Pero, al ponerlos a hacer un trabajo de investigación sin Wikipedia, empiezan las dificultades para configurar ideas coherentes. O al ponerlos a interactuar sin una máquina.
La pregunta central es: ¿Funciona o no el sistema educativo guatemalteco? Creo que buena parte del sector privado tiene serios problemas, aunque no todo. Sin embargo, es preocupante ver a los maestros de sectores públicos demandando mejoras, pactos colectivos, exigiendo privilegios, expresando sus ideas en un español deplorable lleno de “teníanos”, “leendos”, “haygas” o “estábanos”. Alguien debería demandar a los asesores del Ministerio de Educación y a sus autoridades. Cuando terminen con la “generación Z” habrán llevado a la mayoría de la juventud chapina a la indefensión completa. La respuesta al título de mi relato es fácil. Nosotros, finalmente, somos el producto de nuestra educación.