Hace unos días el británico David Robert Jones mejor conocido como David Bowie cumpliría 71 años, pero falleció el diez de enero del 2016 dos días después de haber lanzado el que sería su último y profético álbum, Blackstar.
Lo que este gran artista representó en mi infancia fue la fantasía, recuerdo muy bien su papel del rey gnomo Jareth en la película Labyrinth, un villano mágico, musical y un poco malvado. Para mí escuchar sus discos era escuchar la música del espacio, el soundtrack de los libros de Isaac Asimov o Arthur C. Clarke, siempre me pareció un personaje fascinante.
Un interprete que se reinventó tantas veces como la cantidad de discos que tuvo, desde su más tortuoso alter ego Ziggy Stardust hasta el impecable Thin White Duke (el delgado duque blanco), un músico completo que abarcó todos los géneros que le llamaron la atención formando unas extrañas combinaciones musicales en cada propuesta discográfica que creaba.
A estas alturas de mi vida me ha tocado presenciar las históricas muertes de muchos íconos de la música, Kurt Cobain, Lemmy Kilmister, Chris Cornell y otro puño más, pero el fallecimiento del señor Bowie ha sido el golpe más duro que me han dado en el lado musical, con el se marchaban décadas de canciones extrañas, disfraces espaciales y las letras más crípticas del rock/pop. Como mencioné anteriormente, el fue un personaje que estaba conectado a mi infancia desde la película del laberinto hasta los videos musicales que pasaban de el en el canal cinco. Ya fuera un extraño vampiro en los ochentas o Tesla en el 2000, para mí siempre será el extraño monarca de cabellos electrizados de un reino que existe solo en la imaginación.
Aprovecho este espacio para darle un saludo a uno de mis cantantes favoritos, el Mayor Tom no murió, simplemente regresó a casa.
Imágenes de Wikipedia.