Dimas y Gestas imagen

En este último relato de la serie navideña, Monsanto nos cuenta con los dos ladrones Dimas y Gestas se encuentran con la Sagrada Familia y con el cuarto Rey Mago; Artabán.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

DIMAS Y GESTAS. Por Guillermo Monsanto

El mundo es pequeño y las coincidencias, cuando se trata de temas místicos, siempre tendrán un trasfondo para meditar. Inspirado en un sueño, José toma a su esposa e hijo y sale de Belén precipitadamente. Obedeciendo un mandato, más fuerte que su propio entendimiento, toma el camino a Egipto sin saber nada respecto a la matanza que Herodes pensaba cometer en Belén y sus alrededores. De otro modo él y María hubieran alertado a la población.

El primer encuentro entre Jesús, que era un pequeño infante de brazos, Dimas (Tito) y Gestas (Dumaco), se dio en un oscuro bosque. La Sagrada Familia dormitaba, esperando que bajara un poco el calor para seguir su trayecto, cuando fueron sorprendidos por los dos ladrones. Gestas, de naturaleza muy diferente a la de su compañero, tenía fama de ser violento y extremo en sus asaltos. José de Arimatea declaró “en el evangelio Árabe de la Infancia” que solía dar muerte de espada a sus víctimas. Que a los más afortunados los dejaba desnudos. A las mujeres, por ejemplo, las colgaba de los tobillos cabeza abajo para cortar sus senos. Y más terrible, bebía sangre de los miembros infantiles cercenados con vileza. Era un hombre verdaderamente malo.

José, hombre atemperado y pacífico, los recibió con tranquilidad a pesar de la notoria agresividad del “mal ladrón”. Mientras Dimas, que ya había tomado el hato con las escasas pertenencias de la Familia, lo volvía a poner en su lugar. Algo en la mirada de la joven Madre le hizo sentir vergüenza. Paz interior. Desconcierto. Arrepentimiento ¿esperanza? José les dijo que no tenían mucho para que les robaran pero que sí tenían comida para compartir, si la deseaban. Que “eran bienvenidos”.

Gestas estaba confundido. Sabía que se llevaría la mula, la perra y lo que pudiera, pero le faltaba el ímpetu de otras veces para ensañarse con ellos, lo cual lo enfurecía en su fuero interno. Era un hombre incapaz de experimentar compasión. No entendía porqué ellos no estaban suplicando como lo hacía el resto y menos porqué él, conocido como un carnicero, no había matado ya al viejo, ultrajado a la joven y descuartizado al niño. Había algo en la dignidad de la pareja que lo detuvo. “Nos volveremos a ver”, dijo como amenaza mientras desataba al jumento para llevárselo.

Fue en ese momento que su cómplice, generalmente sumiso y obediente, se le impuso. Se lo llevó aparte y habló con él. Nadie sabe que le dijo, pero Gestas desistió y, de mala gana, expresando pensamientos con palabras horrendas para aquella época, regresó a la oscuridad del bosque. Dimas devolvió lo que el otro había tomado y le entregó a José un saquito con algunas monedas “para el Niño,” le dijo y se marchó corriendo detrás de su compañero antes que el santo varón tuviera tiempo de reaccionar. En el camino, Gestas encontró a otro viajero al cual dejó mal herido y al que le robó buena parte de sus pertenencias: Artabán, el cuarto Rey Mago que se dirigía a Belén en busca del Rey de los Judíos. Salvo José, todos se habrían de reunir muchos años después, en el año 33, en el Gólgota.

Hasta acá dejo esta serie navideña para regresar a otro tipo de relatos. Ya en la Semana Santa hablaré del desenlace de esta historia. 

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