EPIFANÍA. Por Guillermo Monsanto
Tres fechas importantes se celebran el 6 de enero. La primera de ellas es la visita de los Reyes Magos a Jesucristo en su pesebre de flores. La segunda y la tercera, también conmemoradas por la iglesia católica, son las de su bautismo y el milagro de la Bodas de Caná. Estos dos últimos hechos, realizados cuando el Nazareno realiza las primeras apariciones públicas de las que se tiene noticias, ya como adulto.
Tres, de un número indeterminado de gentiles, lograron llegar juntos a Belén a ofrecer sus respetos al Rey de los Judíos. Ante los sorprendidos Padres Terrenos, los visitantes lo obsequiaron con oro, mirra, e incienso como reconocimiento de su poder real, confesión de Divinidad y testimonio de la encarnación del hombre para redimir al mundo. Luego marcharon, por inspiración celestial, por otro rumbo. Así, pudieron despistar por un tiempo a los esbirros de Herodes quien estaba decidido a acabar con la vida del Niño que ponía en peligro su trono. De ellos se sabe que, años después, fueron bautizados al cristianismo convirtiéndose en predicadores del espíritu. Relatos, que hechos tradición, se recogen en algunos textos antiguos. Sus restos descansan en una urna de oro en la catedral de Colonia.
María y José, siguiendo votos voluntarios de virtud, entregaron el oro para beneficiar a los pobres. La mirra y el incienso lo llevaron al templo en donde lo dejaron para los rituales de los sacerdotes. Esto último, contado por mi abuela en la cabecera de mi cama infantil allá en los años sesenta. Ha de ser cierto porque ella no decía mentiras. María y José, hubieran sido incapaces de atesorar este tipo de riquezas. De allí que se les considere, decía, ejemplos de virtud y de pureza.
Es necesario regresar unos días en esta narración. Cuatro jinetes atravesaron el desierto siguiendo la estrella de Belén. Una tormenta de arena obligó al cuarto, llamado Artabán, a refugiar sus burros cargados de tesoros en la choza de un pobre pastor que, en deferencia de su elegante visitante, puso sus pocas ovejas en el corralito al lado del precario recinto. Luego de disipada la tormenta, y cuando se disponía a dar alcance a sus otros tres compañeros, notó la desesperanza del anciano pastor ver perdido su rebaño. Éste fue su primer retraso ya que se quedó a ayudarlo a reunir su ganado. El resto de la caravana partió en sus camellos dejándolo atrás.
Artabán buscaría a Jesús por años. Finalmente lo encontraría treinta y tres años después. De él, por el momento, hay que saber que en ese lapso fue repartiendo sus tesoros entre los más necesitados hasta quedar en la indigencia. Curiosamente y según historias apócrifas, este personaje está unido a Gestas y Dimas, los ladrones crucificados en el Gólgota. Pero esa historia es material de otro relato.