José Rodríguez, de 73 años, es esposo y papá, también es relojero desde hace 45 y para él, el tiempo no parece haberse detenido. A pesar de las dificultades que ha causado la pandemia, ha sabido aprovechar la oportunidad de reinventarse para continuar con un oficio casi milenario, pero muy apreciado por aquellos que desean recuperar un objeto tan amado en la familia como lo es un reloj con mucha historia.
En su vida don José ha sido amante del voleibol y fútbol, deporte que lo llevaría a ser árbitro por 15 años. Además, la mayor parte de su vida fue barbero, incluso dueño de una barbería por muchos años en la Colonia Landívar, zona 7, de la ciudad capital. Sin embargo, con los años la clientela fue disminuyendo y con el afán de buscar otro oficio, entre uno de sus clientes estaba el papá de un relojero que le dio la idea de vender y reparar los relojes. “Creo que ese era mi destino porque solo dije que era relojero y me comenzaron a llegar bastantes clientes”, cuenta.
Su aprendizaje lo hizo con este joven, que luego se convertiría en un buen amigo. Su inquietud comenzó con los relojes despertadores, a armarlos, conocer sus piezas y luego a volverlos a hacer funcionar. En este camino conoció a otro buen amigo que también era relojero y tenía mucho tiempo de ser técnico en este oficio, quien le enseñó a reparar otro tipo de relojes y con este impulso reunió sus herramientas para comenzar en su taller a reparar los relojes de mano y de pulso.
Años más tarde conocería a Romero Gutiérrez, un gran relojero quien terminó por completar su enseñanza y lo llevaría a ser de los pocos relojeros en Guatemala dedicado a reparar relojes cucú y péndulos.
“La relojería es un trabajo que nunca se deja de aprender, todos los relojes son diferentes y hasta la fecha nunca he tenido reclamo de que mi trabajo no sirviera”, relata don José. Y aunque admite que el trabajo en estos tiempos no ha sido igual, esto no le ha quitado la energía para continuar, y con la ayuda de su hijo Sergio, han implementado el servicio a domicilio, en el que recogen el reloj y lo lleva a su taller “Relojería de Don Noé”, para luego devolverlo a su dueño.
A don José lo que más le ha gustado de este oficio es aprender cada vez más con los años y hacer un buen trabajo, aparte de conocer la historia de cada uno de sus clientes debido a que esa pieza tan única guarda siempre un recuerdo familiar y de generaciones. Además, admite que este tiempo le ha servido para pasar sus conocimientos a su hijo, quien ahora es su ayudante y que desde niño lo ha visto siempre amando lo que hace: reparar relojes.